Cuenta José Antonio Sayés que el concepto más bonito de todo el Antiguo Testamento es el de Anawin, que podríamos traducir como los Pobres de Yahveh (relacionándose también con el Resto de Israel). Este término aparece en muchos de los libros veterotestamentarios. Hace referencia a los humildes, a los que incluso en medio de la tribulación (en un sentido amplio) y las dificultades saben dejar sus preocupaciones en manos de Dios, confiados en que Él los sacará adelante. Por ejemplo, lo encontramos en el destierro de Babilonia (siglo VI a.C.), cuando un Resto del Israel deportado, frente a la tentación de poder llevar una vida opulenta dedicados a los negocios si se dejaban inculturar por las costumbres paganas babilonias, decidieron permanecer fieles al Señor, con la esperanza segura en que Él los sacaría adelante. Ciertamente, así fue, y de esos Pobres de Yahveh, de ese Resto de Israel, de los humildes que supieron dejar sus preocupaciones en manos de Dios, surgió la salvación del pueblo elegido; por su fidelidad Dios continuó la historia de la salvación, y de su más sublime representante, una joven virgen de Nazaret, María, nacería el Mesías prometido, el Hijo de Dios, el cual viviría auténticamente como un Pobre de Yahveh.
¿Somos los cristianos conscientes hoy día de la deriva a la que nos lleva la corriente de este mundo? ¿Permanecemos fieles a Dios, seguros de que nos protegerá en todo momento, a pesar del chantaje que nos hace el mundo? Porque constantemente nos está diciendo esta sociedad (manejada por el Demonio): ¡Oh, si quisieras, qué éxito tendrías, qué bien visto por el mundo serías; tan sólo póstrate ante mí, y lo tendrás todo! ¿Os suena? La historia se sigue repitiendo una y otra vez... pero nosotros, miembros de la Iglesia Católica, el auténtico Resto, debemos ser conscientes de que la salvación del mundo traída por Cristo pasa por nuestras manos, y que nos corresponde mantenernos fieles a Dios, con la esperanza puesta en Él ante toda adversidad. ¡Así sea!