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15 febrero 2012 3 15 /02 /febrero /2012 19:45

        Queda uno bastante sorprendido al echar un vistazo a la historia de la diócesis italiana de Milán, y ver la gran importancia de ésta en el conjunto de la Iglesia Católica, y los maravillosos frutos de santidad legados por ella. Desde época muy temprana observamos un papel estelar de esta diócesis en la vida de la Iglesia universal. ¿El motivo? Se me ocurre pensar que puede radicar en que durante un tiempo la corte del Imperio residió en aquella bella ciudad, coincidiendo con la ocupación de la sede de la diócesis por el gran San Ambrosio (339-397) desde el año 374. ¡Qué decir de este perenne santo! Considerado uno de los cuatro doctores de la Iglesia Latina junto a San Agustín, San Jerónimo y San Gregorio Magno, fue nada más y nada menos que el maestro y una de las "causas" de la conversión del obispo de Hipona. Fuerte defensor de la ortodoxia católica frente a la herejía arriana, no dudó en enfrentarse al poder imperial cuando éste apoyó a la facción ya mencionada, y nos dejó como legado, entre otras muchas obras, el llamado rito ambrosiano, que la Iglesia Católica, respetuosa con la diversidad cultural y litúrgica que presenta el pueblo de Dios, ha sabido conservar. Como dato interesante, e incidiendo en el tema de la labor antiarriana que realizó San Ambrosio, resulta muy llamativo observar la clara huella que esta lucha contra la herejía arriana dejó marcada en el rito ambrosiano; pero no sólo en lo concerniente a la época del doctor de la Iglesia Latina, sino aún siglos más tarde, cuando la liturgia ambrosiana todavía estaba en formación, y el Arrianismo continuaba haciendo de las suyas (por eso se elaboraron muchos formularios que expresaban ricamente la divinidad-humanidad de Cristo, etc). Así, tal y como nos recueda el doctor en Teología y experto en Liturgia ya fallecido, A.M. Triacca, los obispos de Milán, salvo en la segunda mitad del siglo VI, debido a la famosa polémica de los Tres Capítulos, siempre destacaron en aquellos primeros siglos de la Cristiandad por su ortodoxia y fidelidad al Santo Padre.

        Son muchas las figuras y grandes obras que la diócesis milanesa ha "donado" al resto de la Iglesia Universal. Hablemos, por ejemplo, de los umiliati, grupo de laicos (en su origen) surgido en el siglo XII y que se extendió por toda la Lombardía, aunque con especial incidencia en su capital, Milán. hemos de tener en cuenta un aspecto del que ya hablamos en el artículo dedicado a San Francisco de Asís. A partir del año 1000, con la desaparición de la amenaza de los vikingos y el aumento de temperaturas que se vivió en Europa, hubo un desarrollo económico importante, entre otros motivos debido al incremento de la producción agrícola, y al auge comercial y urbano que se produjo. Este enriquecimiento (relativo, claro) repercutió también en la vida de la Iglesia Católica, y no fueron pocos los que vieron con malos ojos esta situación. En este sentido, surgieron muchos movimientos que propugnaron una vuelta al antiguo ideal evangélico de la pobreza, frente al poder económico que ostentaba, por ejemplo, la orden de Cluny. Esta comunidad, que había jugado desde su fundación en el siglo X un papel fundamental en la centralización romana dirigida por el Papa, cayó en un excesivo boato. Ante este panorama, muchos laicos cristianos intentaron regrasar a un Cristianismo mucho más espiritual  y humilde; el problema fue que la mayoría de estos movimientos, como los valdenses (nacido en el siglo XII en Lyon) o los seguidores de Arnaldo de Brescia (también del siglo XII) terminaron por caer en la herejía. En cambio, los umiliati, movimiento nacido como puramente laical, supo conjugar esa pobreza y vida en común, casi monacal, con la fidelidad y obediencia hacia la jerarquía católica. Este mismo fue el gran logro obtenido por las llamadas órdenes mendicantes (franciscanos, dominicos, carmelitas, agustinos, mercedarios...): unir pobreza y catolicidad.

         Pero como ocurre en todo lugar, también ha tenido sus sombras la historia de la diócesis de Milán. Fue en aquellas tierras donde a mitad del siglo XI surgió otro movimiento popular, éste centrado más en lograr una purificación de la Iglesia en asuntos como la simonía: estamos hablando de la herejía conocida como Patarismo. El historiador Emilio Mitre nos recuerda que en un principio fue bien vista por el papado, pero que finalmente la condenó por desembocar en una auténtica anarquía.

        Mención especial merecen dos entreñables devociones populares que nos ha legado la diócesis de Milán: la oración de los viernes a las tres de la tarde, y las llamadas Cuarenta Horas. No se conocen sus orígenes remotos con exactitud; lo que sí se sabe con seguridad es que fue en Milán donde adquirieron auténtica fuerza y se expandieron por el resto de la cristiandad. La primera de ellas, consistía en rezar el viernes a la hora que Cristo exhaló su Espíritu: las tres de la tarde. La segunda, recordaba las cuarenta horas que Cristo estuvo muerto; por ellos, aunque se podía celebrar tal devoción en varios momentos del año, principalmente se practicaba durante el Triduo Pascual. En el afianzamiento de ambas pías prácticas jugó un papel primordial el insigne arzobispo de Milán San Carlos Borromeo (1538-1584).

        Otra insigne figura de aquel santo rebaño fue la del beato sacerdote don Carlo Gnocchi, que entregó su vida a atender a los jóvenes huérfanos y mutilados a causa de la II Guerra Mundial; hoy día, esta labor, extendida ya a toda persona que necesite rehabilitación, continúa realizándose por parte de la Fundación Don Gnocchi.

        ¡Y cómo olvidarnos de los papas que pasaron antes por la sede milanesa! Tanto Pío XI (1857-1939; Papa de 1922 a 1939) como Pablo VI (1897-1978; Papa de 1963-1978) fueron con anterioridad arzobispos de Milán.

        ¡Dios continúe bendiciendo con tantos frutos de santidad a la Iglesia Católica a través de tan magna diócesis! ¡Gloria a Cristo por siempre!

 

Fuentes:

Claramunt, Salvador, Portela, Ermelindo, González, Manuel y Mitre, Emilio; Historia de la Edad Media; Ariel, Barcelona, 1999.

Esparza, José Javier y Esolen, Anthony; Guía políticamente incorrecta de la civilización occidental; Ciudadela, Madrid, 2009. 

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Comentarios

E
<br /> Alguna gente nos critica porque según ellos nosotros repetimos y repetimos palabras; en cambio ellos, los que critican, no rezan sino que oran, conversan con Dios. ¿Conversar de igual a igual con<br /> Dios? Me recuerda al fariseo que agradecía ser tan bueno y despreciaba al publicano, sin saber que de las dos plegarias, no era la suya la aceptada.<br /> <br /> <br /> Pues bien, lo primero: Dios sabe lo que necesitamos antes que lo pidamos; en consecuencia: es mejor recitar un padrenuestro en vez de ponernos a decirle al Padre lo que, en nuestra pobre<br /> sabiduría, necesitamos o lo que El debe o no, hacer por nosotros. Segundo: las devociones son formas de disciplinar la oración, de fomentar su constancia y de ayudar a poner nuestro corazón en<br /> las cosas celestiales.<br /> <br /> <br /> Por ejemplo: algunos le piden al Virgen, pues se sienten más cercanos a la Madre de Dios; sin embargo, sólo Dios es la fuente de todo bien. Ella es sólo mediadora de las gracias; pero como la<br /> amamos tanto, pidiendo constante y confiadamente, estamos seguros que intercederá por nosotros.<br />
Responder
J
<br /> <br />     ¡Saludos Emilio! Tu comentario me parece de los más acertado. Sabes, ¡ellos se lo pierden! ¡Cómo no vamos a rezar con las palabras que el mismo Cristo nos enseñó! (Mt 6,<br /> 9-13) ¿Podemos llegar a imaginar la sabiduría que encierran las palabras con las que el mismo Dios nos mandó perdirle al Padre? San Pablo expresó brillantemente cómo Dios nos inspira<br /> mediante su divino Espíritu el modo en que tenemos que orar, ya que en nosotros abunda la inconsciencia:<br /> <br /> <br /> Y de igual manera, es Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos<br /> inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios (Rm 8, 26-27).<br /> <br /> <br /> Por eso en la Liturgia de las Horas, que es la oración que la Iglesia como cuerpo Místico de Cristo reza junto al Hijo a Dios Padre, por medio del Espíritu Santo, está lleno de salmos y lecturas<br /> bíblicas; en fin, plena de Palabra Divina inspirada por el Espíritu.<br /> <br /> <br /> ¡Dios te bendiga amigo! Que María te acompañe en tu caminar Emilio... ¡Hasta pronto y muchas gracias de nuevo!<br /> <br /> <br /> <br />