Mañana, 7 de octubre, celebramos la festividad de Nuestra Señora del Rosario. ¡Qué devoción tan santa la de rezar el Santo Rosario! Es, fuera de la oración litúrgica, el más alto ejemplo de piedad popular en el ámbito de la oración, y un gran complemento para aquella, como ya señaló Pablo VI en su Exhortación Apostólica Marialis Cultus (1974).
Me gustaría hablar algunos aspectos acerca de la historia de dicha devoción. Más que hacer un análisis detallado del proceso de formación, que lo dejaré para otra ocasión, veremos un par de puntos concretos. Eso sí, antes hagamos un pequeño resumen de su evolución general:
Parece claro que el motivo de la recitación de 150 Avermarías a lo largo de un rosario completo (aunando los misterios gozosos, los dolorosos y los gozosos, antes, claro está, de que el beato Juan Pablo introdujera los luminosos) son los 150 salmos que componen el Salterio (el libro bíblico de los Salmos). Así, el Santo Rosario constituiría una especie de Salterio mariano paralelo. Hay un par de testimonios que son muy reveladores; por ejemplo, tenemos el Salterio Mariano del siglo XII de la abadía cisterciense de Pontigny, en el que junto a versículos de cada salmo, se recitaban antífonas, formando 150 estrofas: pero el detalle esencial es que éstas comenzaban con un "Ave", el saludo del Arcángel Gabriel a María en la anunciación (en su traducción latina).
Fue Pío V (1504-1572) quien dio al Rosario su estructura moderna (hasta la modificación del Santo Padre Juan Pablo II), y los dominicos quienes tuvieron buena parte de "culpa" en su extensión por todo el mundo (aunque está probado que, al contrario de lo que se creía, no fe Santo Domingo quien lo instituyó en su forma básica, sino más bien los cartujos en el siglo XV, justo antes del impulso definitivo dado por Pío V). No obstante, el Santo Rosario siguió evolucionando después de San Pío V, hasta llegar a nuestros días, con la ya mencionada reforma de Juan Pablo II.
¿Pero por qué repetir 150 veces la misma oración? ¿Qué beneficios reporta este método? No es el Rosario la única oración en la tradición cristiana que se basa en la importancia de la repeteción. En oriente, tenemos la Oración de Jesús, muy usada por la doctrina hesicasta -hesychia es la paz del alma-, encabezada sobre todo por Evagrio Póntico (356-399): bien se repetía el nombre de Jesús, o la jaculatoria Jesús, hijo de Dios vivo, ten misericordia de mí, pecador. San Juan Clímaco (ss. VI y VII), relacionará la repetición del nombre de Jesús con la respiración, hablando de la sincronicidad que se creaba, para lograr la necesaria paz espiritual. He ahí posiblemente la clave: el clima de meditación -¡el Rosario no existe para rezarlo de "carretilla"!- constante alrededor de los misterios de la vida de Cristo, guiados por la mano de María Santísima, nuestra Madre y Madre de Dios. ¡Nunca perdamos tan bendita costumbre, alimento de las almas! ¡La Virgen del Rosario os bendiga a todos vosotros!
Fuentes:
Brian Farrelly; Génesis histórica y valor teológico pastoral del Rosario mariano, en Vida Sobrenatural, nº.623, pp. 325-351; San Esteban, Salamanca, 2002.
Benedicto XVI; Audiencia general, miércoles 11 de febrero de 2009; Librería Editrice Vaticana, www.vatican.va.
Pablo VI; Exhortación Apostólica de Su Santidad el Papa Pablo VI para la recta ordenación y desarrollo del culto a la Santísima Virgen María; Delegación Diocesana de Catequesis Diócesis de Málaga, Málaga, [sin datación].