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10 marzo 2011 4 10 /03 /marzo /2011 20:17

        El Vía Crucis es un ejercicio de piedad muy adecuado para el tiempo litúrgico de la Cuaresma, ya que dirige nuestra mirada al fin verdadero de estos cuarenta días, que es la preparación de nuestras almas de cara a la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor. Este recorrido de catorce estaciones, que van desde la condena a muerte a Cristo hasta su entierro en el sepulcro, es además un llamamiento a que siguiendo la estela del Maestro, caminemos cargando nuestra cruz en este mundo.

      El Vía Crucis tiene su origen en la Edad Media, cuando la devoción por los Santos Lugares por los que pasó Cristo adquirió un gran auge; este aprecio, mezclado con otros actos de piedad  como el de los caminos dolorosos de Cristo, en el que se iba de Iglesia en Iglesia recordando el camino de Cristo en su Pasión, se fundieron en el Vía Crucis que actualmente conocemos, cuya presencia observamos ya  en el siglo XVII, fecha en la cual San Leonardo de Porto Mauricio  promovió su práctica.

     San José María Escrivá de Balaguer era un ferviente defensor del Vía Crucis. En Camino, dejó escrito El Vía Crucis -¡Ésta sí que es devoción recia y jugosa! Ojalá te habitúes a repasar esos catorce puntos de la Pasión y Muerte del Señor, los viernes. -Yo te aseguro que sacarás fortaleza para toda la semana.

     Por tanto, aprovehcemos esta poderosa herramienta para profundizar en el misterio de nuestra Redención, sobre todo durante la Cuaresma. Y sin perder de vista, que aunque la última estación del Camino de la Cruz (¡Vía Crucis!) de Cristo fue su colocación en el sepulcro, ningún sentido tendría si no consideráramos que todo ellos quedó culminado con su santa Resurreción.

    ¡Se acerca la gran fiesta, convirtámonos y creamos en el Evangelio!

 

    Fuente:

    Balaguer, Esrivá de; Camino; Rialp, Alcalá de Henares (Madrid), 2004.

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