Un argumento que no sé porqué les da mucho morbo a los detractores del Cristianismo, y más concretamente de la Iglesia Católica, es atacarnos esgrimiendo que al contrario de lo que dicen nuestras celebraciones, Cristo no nació el 25 de diciembre. No han entendido absolutamente nada acerca del Cristianismo. De todos modos, veamos el tema más a fondo, que verdaderamente merece la pena:
Los Evangelios no mencionan en ningún pasaje la fecha del Nacimiento de Nuestro Señor. Tan sólo Lucas (del que hablaremos más adelante, ya que puede aportarnos unos interesantísimos datos) nos da algunos indicios al decir que aquella Santa Noche los pastorcillos dormían al raso, por lo que se suele pensar que debió ser en primavera, ya que en invierno el frío sería tremendo como para que los pastores actuaran así. Otros autores, siguiendo el estudio realizado por José Manuel Burgueño en su Libro de la Navidad, son de la opinión de que más bien habría que situar la llegada del Mesías en otoño, alegando que no es probable que las autoridades romanas hubieran impuesto realizar el censo en invierno, ya que era una época muy complicada en Palestina para trasladarse a la ciudad de los antepasados; pero esta teoría, que no termino de entender bien, ya que el Emperador César Augusto dudo mucho que meditara sobre si en aquellas tierras el invierno era tan duro, no explicaría que hubiera nacido en otoño, sino simplemente que no fue en invierno.
El problema para datar la fecha del Nacimiento del Hijo de Dios es que a los cristianos este asunto no les interesó en un principio; hasta finales del siglo II, nos cuenta José Manuel Burgueño, no se dató el acontecimiento. En este sentido, nos dice el autor español que la primera vez que se propuso el 25 de diciembre como fecha del Nacimiento de Cristo fue entre los años 171 y 183, posiblemente de manos de Teófilo de Antioquía, aunque a propósito de comentar la fecha de la Pascua; por tanto, de forma indirecta. Por su parte, Benedicto XVI nos dice en la joyita La bendición de la Navidad (obra cuyos textos ya tienen unos años, eso sí), afirma que el primero en establecer el 25 de diciembre como día del Advenimiento de Jesús fue Hipólito de Roma, aproximadamente en el 204. Y ello no quiere decir que en esa época se celebrara ya la Navidad como fiesta litúrgica, sino que se hicieron aproximaciones, llamémoslas "intelectuales", al tema. Posteriormente, serían los Papas Julio I (337-352) y Liberio (352-362) quienes datarían el Nacimiento de Cristo definitivamente el 25 de diciembre.
¿Pero por qué no les interesaba apenas a las primeras comunidades cristianas el día del Nacimiento del Redentor? La respuesta es bastante fácil: para los cristianos el acontecimiento que auténticamente cambió la Historia de la humanidad fue la Resurrección de Nuestro Señor, que constituía el culmen de la obra redentora de Dios: es decir, la celebración importante era la Pascua. Como indica Burgueño, hubo incluso un Papa, Fabián (cuyo pontificado se extendió del 236 a 250), que condenó investigar la fecha del Nacimiento, ya que Cristo no era un "faraón", aludiendo a este término muy intencionadamente, debido a que de ellos si se conocía su fecha de nacimiento). Como vemos, lo que auténticamente importaba era la Pasión, Muerte y Resurrección del Salvador.
En relación a su celebración litúrgica, habría que retrotraerse al siglo IV: en el Cronógrafo Filocaliano, documento del 336, y que podemos decir que se trata de un auténtico calendario litúrgico, ya observamos datada la fiesta, y el mismo 25 de diciembre. El sermón de Navidad más antiguo conservado es el de Optato de Mileto, del 368; éste hombre era obispo en África. Pocos años después, San Gregorio Nacianzeno establece la fiesta en Constantinopla, y en el 386, San Juan Crisóstomo habla del 25 de diciembre como fecha concreta del Nacimiento de Dios; estos dos últimos Padres de la Iglesia fueron esenciales para fijar en ese día la fecha de la celebración de la Navidad.
¿Pero por qué el 25 de diciembre? Muchos autores, incluídos batantes historiadores, creen que el motivo fue sustituir las fiestas paganas celebradas con motivo del solsticio de invierno ( entre el 21 y el 22 de diciembre; hay que tener en cuenta un dato importante: existía la creencia de que muchos dioses nacían tres días después del solsticio -por ello lo del 25 en lugar del 22). Esto es cierto. Continuando con la exposición de J. M. Burgueño, diremos que es bien conocido que los romanos celebraban entorno a esos días varias fiestas a diversos dioses, entre ellas, las famosas Saturnalias, en las que se hacían regalos a los niños, no se guerreaba... También otras culturas celebraban sus ritos durante el solsticio de invierno; es el caso de los pueblos nórdicos. Además, hay que tener en cuenta que en el siglo III, se produjo un fenónemo dentro del Imperio Romano que puso en peligro al Cristianismo: el Mitraísmo, religión procedente de Persia, y que giraba en torno al dios Mitra, empezó a expandirse de forma espectacular, hasta el punto de que el Emperador Aureliano la declaró oficial en el año 274 d.C. Esta religión, que como decíamos, adoraba al dios Mitra, cuya fiesta tenía lugar el 25 de diciembre, asociándose con la del Sol Invicto (no olvidemos que con el solsticio de invierno las noches empiezan a menguar, y los días a crecer). Evidentemente, aquí tenemos un motivo por el que la Madre Iglesia colocó en el 25 de diciembre el Nacimiento del Hijo de Dios. Pero la elección de este día no se produjo tan al azar y de forma tan ventajista como suponen estos autores: era lógico que si los mismos evangelistas habían extendido el uso del término Luz del mundo para referirse a Cristo, los seguidores del Mesías vieran en el Nacimiento de Jesús el auténtico triunfo del Sol Invicto. En este sentido, por ejemplo, se expresó ya San Jerónimo: Hasta aquel día (25 de diciembre) crecen las tinieblas y desde aquel día disminuye el error y viene la verdad. Hoy nace nuestro sol de justicia.
Por tanto, podemos decir que los enemigos de la Iglesia que creen hacernos mucho daño con sus "furibundos" ataques basados en la creencia de que somos una religión que basó su triunfo en la sustitución aprovechada de fiestas paganas por otras cristianas, para que los gentiles no notaran tanto la diferencia del cambio, se equivocan de cabo a rabo. Para empezar, porque lo de menos es que naciera o no el 25 de diciembre, ya que lo importante es el significado profundo de la fiesta, la celebración de que una Luz aparece entre las tinieblas del mundo; y en segundo lugar, porque lo que ellos ven como una estrategia inmoral, no es más que una inteligencia astuta completamente lícita, y el resultado de la semilla que guarda dentro de sí el mensaje cristiano: cualquier cultura y religión puede guardar elementos de verdad, y la Iglesia sabe valorarlos. Esto lo vemos claramente en el discurso de San Pablo en el Areópago de Atenas (Hch 17, 22-28): la razón es capaz de buscar a tientas, aunque de forma imperfecta, a Dios. Por tanto, sepan nuestros detractores que van por mal camino.
Pero he aquí un descubrimiento asombroso, del que nos da noticia Benedicto XVI en la obra anteriormente citada: el exegeta Bo Reicke, hace ya bastantes años, demostró que San Lucas establece una relación directa entre los relatos del nacimiento de San Juan Bautista y el del Nacimiento del Niño Dios, y que de ello se obtendría el importante dato de que el evangelista determinaba la venida al mundo de Cristo el 25 de diciembre. Esto cobra un sentido pleno si tenemos en cuenta que el 25 de dicimbre el pueblo judío celebraba (hoy día también) la fiesta de la Hanukkah o fiesta de las luces, en la cual se rememoraba la Purificación del Templo por parte de Judas Macabeo, que el 25 de diciembre del 165 a.C. eliminó del Templo la estatua de Zeus que se había hecho erigir el Rey sirio Antíoco (quien quiso recibir culto como Zeus), también un 25 del mismo mes. Por tanto, la venida del Mesías al mundo, sería la auténtica Purificación del Templo, del Templo de la creación, la venida de la Luz al mundo.. Ya en el 100 a.C., nos señala providencialmente Ratzinger (aún no era Papa cuando escribió estos textos que compones La bendición de la Navidad), el pueblo elegido esperaba la llegada del Redentor ese mismo día. Por tanto, podemos concluir que independientemente de que ése fuera el auténtico día en que nació nuestro Salvador, el establecimiento del 25 de diciembre como el día de la Navidad no fue nada arbitrario.
¡Bendito sea nuestro Redentor, verdadero Sol Invicto! Que Él ilumine con su Nacimiento nuestras vidas, y las llene del amor y la humildad que nos mostró y nos muestra día a día. ¡Feliz Navidad a todos!
Fuentes:
Burgueño, José Manuel; El libro de la Navidad; Luna Books [sin lugar de edición], 2008.
Fuentes:
Ratzinger, Joseph (Benedicto XVI); La bendición de la Navidad. Meditaciones; Herder, Barcelona, 2007.