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20 febrero 2012 1 20 /02 /febrero /2012 21:15

       Vamos a dedicar algunos artículos a hablar acerca de las diferentes desviaciones que se han producido a lo largo de la Historia en relación con la doctrina sobre la Ecuaristía, la presencia real de Cristo en ella, y el modo en que se produce ésta. Para esta serie de artículos voy a usar principalmente la obra del sacerdote y doctor en Teología José Antonio Sayés, titulada El Misterio Eucarístico.

       Empecemos haciendo una pequeña introducción:

       Como muchos de ustedes ya sabréis, la doctrina católica acerca de la presencia real de Cristo en la Eucaristía se expresa mediante el dogma de la Transubstanciación, definido en el IV Concilio de Letrán (1215) y reafirmado durante el Concilio de Trento (1545-1563). Por dicho dogma, declaramos que mediante la invocación al Espíritu Santo y las palabras de Cristo en la Última Cena repetidas por el sacredote durante la Misa, las substancias del pan y del vino desaparecen, convirtiéndose en el Cuerpo y la Sangre de Cristo; por tanto, mientras se conservan tan sólo los accidentes del pan y del vino, las especies, y así aparecen ante nuestros sentidos, la fe nos dice que lo que observamos son en verdad el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor. ¿Pero qué es realmente la substancia? Pues es ni más ni menos, como nos recuerda Sayés, quien ha estudiado el tema profundamente, todo aquello que existe en sí, el ser profundo de las cosas: yo veo algo, y capto que ahí hay una cosa, un ente, una substancia, sea lo que sea; éste primer paso lo damos con la inteligencia, y luego ya, los sentidos, nos hacen caer en la cuenta de las particularidades físicas de esa substancia. Pues es esa substancia la que cambia bajo las especies (particularidades físicas) del pan y del vino, por lo que tras la consagración ya no estamos ante un trozo de pan y una medida de vino, sino ante el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor.

      Ahora es justo indicar que al contrario de la opinión generalizada y carente de fundamento que señala que esta doctrina de la Transubstanciación sólo aparece en la Iglesia en el siglo XIII, con la utilización del concepto "substancia" que el Hilemorfismo aristotélico se supone había prestado al pensamiento escolástico (especialmente a Santo Tomás de Aquino), la Madre Iglesia ya había expresado mediante sus Padres, Doctores y concilios su creencia en que en el pan y el vino se producía un auténtico cambio de substancia, para pasar a ser verdadero Cuerpo y verdadera Sangre de Cristo. Sin ir más lejos, cuando Aristóteles habla de substancia, se refiere al conjunto de materia prima (principio potencial, sin forma) y forma substancial (esencia o forma que la especifica, siguiendo el trabajo de Sayés en Principios filosóficos del Cristianismo), mientras que la tradición cristiana usó este término para referirse a la realidad ontológica, al ser más profundo de las cosas.

      Evidentemente, en los primeros tiempos de la Iglesia, aproximadamente hasta el Concilio de Nicea (325), los Padres, en su mayoría, se habían conformado con expresar la creencia en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, sin explicar cómo era posible esto. Aún así, nos recuerda Sayés que hay autores que fueron más allá, como San Justino (100-165) que ya hablaba que el pan y el vino son eucaristizados por la oración, o San Ireneo de Lyon(130-200), que afirmaba sin dudar que el pan se hace el cuerpo de Cristo.

      La profundización teológica aumentaría tras el citado Concilio de Nicea (325), hasta el punto de que el mismo San Ambrosio (339-397) en época tan temprana, dejará escrito lo siguiente: El mismo Jesús clama: 'Esto es mi cuerpo'. Antes de la bendición de las celestiales palabras, otra es la sustancia que se nombra; después de la consagración se significa el cuerpo. Él mismo llama su sangre. Antes de la consagración, otra cosa es la que se dice; después de la consagración se llama sangre (...)  Como podemos observar de forma tan clara en este fragmento de San Ambrosio, ya la Iglesia del siglo IV usaba la palabra substancia para explicar el cambio radical que sufrían el pan y el vino, convirtiéndose en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Aunque no tengamos todavía el término Transubstanciación, que no aparecerá hasta el siglo XIII, la Iglesia era totalmente consciente de cómo el Cuerpo y la Sangre del Salvador se hacían presentes en las especies eucarísticas.

     El siguiente paso lo daría Fausto de Riez, autor del siglo V, que en su homilía Magnitudo deja clarísimo que es Cristo, con su poder creador, quien logra esta conversión de la substancia: Pues como sacerdote visible, con su palabra convierte a criaturas visibles en la sustancia de su cuerpo y sangre con secreto poder (...). Del mismo modo, pues, que a la señal de Dios, que mandaba, aparecieron de repende de la nada la altura de los cielos, la profundidad de las olas y la anchura de las tierras, así también la potencia otorga poder semejante a las palabras en los sacramentos espirituales y el efecto sirve a la realidad.

     Más tarde, en el período carolingio, otro autor, Pascasio Radberto, abad de Corbie (siglo IX), en su obra Liber de corpore et sanguine Christi, nos dirá que: La sustancia del pan y del vino se cambia (commutatur) de forma eficaz interiormente en la carne y la sangre de Cristo, de tal modo que después de la consagración se cree que está presente la verdadera carne y sangre de Cristo. El pensamiento de Pascasio sería extendido por la orden de Cluny, e influiría tremendamente en los siglos posteriores, incluso a la hora de atacar la herejía de Berengario.

     Entremos en este instante a valorar ya una de las herejías eucarísticas surgidas en el curso de la Historia, y que acabo de mencionar al final del párrafo anterior. En el siglo XI, el canónigo de Tours, Berengario. Este autor, que nos recuerda José Antonio Sayés que daba una importancia grande a la experiencia sensible como único modo de conocimiento, reducía la substancia a lo puramente sensible; por ello, negaba la posibilidad de la conversión eucarística. Sayés nos muestra un texto de este autor del siglo XI perteneciente a la obra De Sacra Coena: Consta que todo lo que es consagrado, todo lo que es bendecido por Dios, no es deshecho, no es eliminado, no es destruido, sino que permanece y es llevado a lo que no era. Por tanto, negaba la conversión, para defender algo que vendría a llamarse "impanación": la permanencia de las sustancias del pan y del vino. Lo que no se sabe con exactitud, siguiendo de nuevo a El Misterio Eucarístico de Sayés, es si Berengario de Tours rechazaba auténticamente la presencia real. De ello lo acusará otro autor, Lanfranco, quien dirá que Berengario había reducido la presencia real a un simple símbolo; su obra es muy contradictoria en este sentido. Lo que queda claro, eso sí, es que sus teorías ayudaron muy poco a defender dicha presencia real.

     Fue con esta controversia como la Iglesia avanzaría más aún en el estudio del misterio eucarístico. En la disputa con Berengario, autores como Fulberto (maestro de Berengario en la Escuela de Chartres, que usaría la expresión mutare in corporis substantiam), Lanfranco o Guitmundo de Aversa (quien hablaría de substantialiter transmutari, y especificaría entre substancia y accidentes) irían perfeccionando la terminología, y serían los causantes de que el Concilio Romano de 1079 (no ecuménico), encabezado por el Papa Gregorio VII, obligara a Berengario firmar la siguiente fórmula, tal y como nos la expone el teólogo navarro Sayés:

      Yo Berengario creo sinceramente y confieso moralmente que el pan y el vino que están en el altar, por el misterio de la oración sagrada y las palabras de nuestro Redentor, se convierten sustancialmente en la verdadera, propia y vivificante carne de nuestro Señor Jesucristo, que después de la consagración son el verdadero cuerpo de Cristo que nación de la Virgen y que, ofrecido por la salud del mundo, pendió de la cruz está sentado a la derecha del Padre, y la verdadera sangre de Cristo, que manó de su costado no sólo en signo o por la virtud del sacramento, sino en la propiedad de la naturaleza y la verdad de la sustuancia.

      ¡Y aún estamos bastante lejos de la entrada del Hilemorfismo aristotélico en el pensamiento cristiano!

      ¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar! ¡Bendito sea el Redentor, que sigue entregándose de manera incruenta por nosotros!

 

Fuentes:

Sayés, José Antonio; El Mistero Eucarístico; Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 1986.

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4 agosto 2011 4 04 /08 /agosto /2011 01:21

     Analicemos ahora un nuevo aspecto de la exégesis evangélica que nos hace reafirmarnos en nuestra creencia en la presencia real del Cuerpo y la Sangre de Cristo en el pan y el vino eucarísticos. ¿No serían palabras con un sentido figurado las que expresó Cristo?, se preguntan algunos. Los tres posts anteriores dejan claro que no, pero hay un elemento más que aunque no puede usarse como un argumento determinante, sí decanta la cuestión. Si observamos todos los pasajes en que Cristo habla simbólicamente, o expone alguan parábola, el sentido simbólico o figurado queda siempre claro; en cambio, en los cuatro relatos de la insitución de la Eucaristía, no ocurre así: ¿por qué no se añadió ningua aclaración si los mismos evangelistas y Pablo sabían que la Iglesia naciente interpretaría de forma literal las palabras de Cristo? El mismo San Ignacio de Antioquía (30-35/107), discípulo de San Juan Evangelista, defendía la presencia real de Cristo en la Eucaristía en fecha tan temprana. Esto encaja, además, mejor como hecho histórico si recibió esas mismas enseñanzas, por qué no, de San Juan. Digamos que todo el contexto es más comprensible si consideramos que Cristo quiso quedarse verdaderemente presente, de forma real aunque velada, en la Eucaristía.

      ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

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1 agosto 2011 1 01 /08 /agosto /2011 13:41

        Veamos ahora otro pasaje de 1Co que nos muestra, aunque de manera velada, cómo los primeros apóstoles (en este caso San Pablo), siendo fieles a las palabras de Cristo en la institución del Sacramento, consideraron verdaderamente que en el Pan y en el Vino estaba realmente presente Nuestro Señor; son los versículos 27-29 del capítulo 11, tras el relato de la institución legado por San Pablo (cuyo origen estaba en la tradición jerosimilitana, evidentemente); en este fragmento San Pablo llama la atención de la comunidad corintia porque antes de la Eucaristía, cada uno comía en la Asamblea por su parte, no compartiendo los ricos con los pobres, y avisa de la peligrosidad de esta actitud, ya que el Sacramento debe ir acompañado de la caridad:

        (...). Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor.

        Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo (...).

         Este aviso del Apóstol de los Gentiles remarca evidentemente la importancia del Santísimo Sacramento del Altar, ya que no veo verosímil que San Pablo advirtiera de aquélla forma tan severa a los corintios si no considerara que el Cuerpo y la Sangre de Cristo están realmentre presentes en el pan y el vino.      

       

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28 julio 2011 4 28 /07 /julio /2011 14:44

           Muchos dudan del carácter sacrificial de la Eucaristía; al menos, que sea más que un simple "recuerdo" del sacrificio que Cristo realizó para librarnos del pecado y darnos vida eterna. Para ello se basan en la Carta a los Hebreos, cuando ésta nos dice en el capítulo 9, 24-28:

            (...). Pues no penetró Cristo en un santuario hecho por mano de hombre, en una reproducción del verdadero, sino en el mismo cielo, para prensentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro, y no para ofrecerse a sí mismo repetidas veces al modo como el Sumo Sacerdote entra cada año en el santuario con sangre ajena. Para ello habría tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo. Sino que se ha manifestado ahora una sola vez, en la plenitud de los tiempos, para la destrucción del pecado mediante su sacrificio. Y del mismo modo que está establecido que los hombres muera una sola vez, y luego el juicio, así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, se aparecerá por segunda vez sin relación ya con el pecado a los que le esperan para su salvación.

           Como vemos, la Carta a los Hebreos deja claro que el sacrificio de Cristo ocurrió una sola vez, para el perdón de nuestros pecados. Eso está claro; ¿pero hay alguna contradicción entre este pasaje y el verdadero carácter sacrificial de la Eucaristía? La Iglesia Católica siempre ha defendido que el sacrificio de Cristo no son muchos, sino uno sólo, pero que éste se actualiza por las mismas palabras de Cristo y la acción del Espíritu Santo en la Eucaristía. Ambas ideas no son ni mucho menos contradictorias; si analizamos la Sagrada Escritura correctamente, incluso esta misma Carta a los Hebreos, se observará claramente que no lo son. En su capítulo 10, 10-14, encontramos:

         (...) Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo.

          Y, ciertamente, todo sacerdote está en pie, día tras día, oficiando y ofreciendo reiteradamente los mismos sacrificios, que nunca pueden borrar pecados. Él, por el contrario, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre, esperando desde entonces hasta que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies. En efecto, mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados (...).

          José Antonio Sayés ha incidido en que mientras a veces la Carta usa el término hapax para indicar que Cristo murió una sola vez (Hb 9, 26), otras veces emplea la palabra ephapax, que siginifica de una vez para siempre, para explicar el carácter definitivo del sacrificio de Cristo (Hb 10, 10). Y es que ciertamente, como indica el teólogo navarro, el sacrificio de Cristo queda "eternizado" al entrar en el santuario del cielo con la Ascensión. Este pensamiento queda claro en la Carta a los Hebreos. Cristo ofrece su sacrificio para siempre, para interceder por los hombres. Ya no hace falta repetir sacrificios todos los días, como en la Antigua Alianza (sacrificios que por otra parte, como dice el autor de la Carta, no servía para borrar nuestros pecados -Hb 10, 4-), porque Cristo ha ofrecido su Sangre de una vez para siempre; pero su poder no acaba nunca, sino que perdura: (...). Además, aquellos sacerdotes fueron muchos, porque la muerte les impedía perdurar. Pero éste posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor.

          En relación con esta eternización del sacrificio redentor de Cristo a través de su Ascención, y con la expresión a la diestra de Dios -o muy similares- (p. ej.: Mt 22, 44, Hb 10, 12 y Hch 2, 34hay que sacar a colación las palabras de Benedicto XVI en el segundo tomo de su obra Jesús de Nazaret:

          El Nuevo Testamento -desde los Hechos de los Apóstoles hasta la Carta a los Hebreos-, haciendo referencia al Salmo 110, 1 describe el "lugar" al que Jesús se ha ido con una nube como un "sentarse" (o estar) a la derecha de Dios. ¿Que significa esto? Este modo de hablar no se refiere a un espacio cósmico lejano, en el que Dios, por decirlo así, habría erigido su trono y en el habría dado un puesto también a Jesús. Dios no está en un espacio junto a otros espacios. Dios es Dios. Él es el presupuesto y el fundamento de toda dimensión espacial existente, pero no forma parte de ella. La relación de Dios con todo lo que tiene espacio es la del Dios y Creador. Su presencia no es espacial, sino, precisamente, divina. Estar "sentado a la derecha de Dios" siginifica participar en la soberanía propia de Dios sobre todo espacio.

          Por ello los discípulos vuelven tan contentos a Jerusalén tras la Ascención de Cristo (Lc 24, 52-53); no están tristes por la desaparición "carnal" de Cristo, sino que se alegran tremendamente, porque saben que ahora Jesucristo, sentado a la derecha de Dios, como el Hijo de Dios que es, y por tanto soberano del tiempo y del espacio, estará siempre a su lado, hasta el fin de los tiempos, sobre todo en la Eucaristía.

 

            Y es que si nos ceñimos a los relatos que los tres evangelios sinópticos  y la Primera Carta a los Corintios de San Pablo nos han legado, el carácter sacrificial de la Eucaristía queda fuera de toda duda. Veamos por ejemplo el relato de la tradición jerosimilitanta, en su versión de 1Co 23-26-(recordar que los cuatro relatos de la instititución de la Eucaristía proceden de dos tradiciones diferentes -la tradición jerosimilitana, encontrada en los Evangelios de Marcos y Mateo, y la tradición antioquena, en el Evangelio de Lucas y en 1Co):

            Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: "Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío". Asimismo también la copa después de cenar diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío". Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga.

            Cierto es que el mandato de Cristo de que los discípulos celebraran el rito a partir de entonces, sólo lo encontramos en esta versión paulina, y en Lucas (influenciado por la versión de Pablo también y sólo en referencia al pan), pero las palabras de San Pablo están fuera de toda duda, ya que su relato de la institución es el más antiguo de los redactados (1Co es del año 56 aproximadamente), y porque él mismo aseveró la importancia que tenía el seguimiento estricto, casi literal (1Co 15, 1-2), de sus palabras en lo referente a su Credo (1Co 15, 3-8), y que podríamos hacer extensible al relato de la institución de la Eucaristía, ambos teniendo su fuente primera en Jerusalén. Pues con esta premisa que nos asegura la veracidad de las palabras, y su auténtica procedencia del mismo Cristo, y la certeza de que la Última Cena se enmarcó en el contexto de la cena de Pascua judía (independientemente de que como algunos autores afirman, entre ellos Benedicto XVI, no fuera una auténtica cena de Pascua -se celebró un día antes, por lo que no se podía seguir el mismo rito-, lo cual no le hace negar al Santo Padre, evidentemente, que Cristo se movía en el marco del concepto de la Pascua hebrea, fundando la Nueva Pascua -Nueva Alizanza- en su Sangre), está clarísimo que Nuestro Señor nos legó el mandato de que celebráramos el sello de la Nueva Alianza, el sacrificio que consumado en la cruz, adelantó sacramentalmente en la Última Cena. Pero como nos recuerda J.A. Sayés, para la mentalidad judía (y ciertamente también para los paganos) era inconcebible la celebración de un sacrificio sin la participación en la víctima, para lo cual era necesaria su presencia real: por ejemplo, en la cena pascual, el pueblo judío, al comer del cordero inmolado, participaba en la víctima; ahora, como Juan nos quiere hacer ver en su Evangelio, Cristo es el nuevo y definitivo Cordero inmolado para el perdón de los pecados: su presencia es necesaria para que haya un auténtico sacrificio (aunque estemos hablando de la actualización incruenta del único sacrificio realizado por Cristo de una vez para siempre).

 

          Pero hay otro fragmento bíblico que compara directamente la Eucaristía con los sacrificios paganos, enmarcando a aquélla en un contexto plenamente sacrificial. Se trata del texto paulino de 1Co 10, 14-22:

            Por eso, queridos, huid de la idolatría. Os hablo como a prudentes. Juzgad vosotros lo que digo. La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan. Fijaos en el Israel según la carne. Los que comen de las víctimas ¿no están acaso en comunión con el altar? ¿Qué digo, pues? ¿Que lo inmolado a los ídolos es algo? O ¿que los ídolos son algo? Pero si lo que inmolan los gentiles, ¡lo inmolan a los demonios y no a Dios! Y yo no quiero que entréis en comunión con los demonios. No podeís beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios. ¿O es que queremos provocar los celos del Señor? ¿Somos acaso más fuertes que Él?

            No lo puede dejar más claro San Pablo. En la Eucaristía, en la Mesa del Señor, celebramos el sacrificio de Nuestro Señor, con su consiguiente presencia real; además, entramos en comunión con Él. Evidentemente, se trata de la actualización sacramental e incruenta de su único sacrificio, ya que éste sólo se produjo de una vez para siempre, pero no por ello deja de ser menos real su estancia entre nosotros.

            ¡Cristo aumente nuestra fe en su presencia real en el Pan y el Vino consagrados!

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25 julio 2011 1 25 /07 /julio /2011 14:15

        Vamos a tratar ahora uno de los dogmas más polémicos (la verdad no sé por qué, ya que el Nuevo Testamento es bastante claro al respecto) en el credo de la Iglesia Católica, que es el de la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en las especies del pan y del vino ofrecidas en la Eucaristía, defendida por la Iglesia Católica desde sus mismos orígenes -aunque el dogma de la Transubstanciación no fuera declarado oficialmente hasta el IV Concilio de Letrán de 1215, y reafirmado en Trento, ello no niega lo anterior-. Ciertamente, los cuatro relatos de la institución del santo sacramento (Mc 14, 22-25; Mt 26, 26-29; Lc 22, 19-20; 1Co 11, 23-26) no dejan lugar a dudas, pero debido al rechazo que algunos de nuestros hermanos reformados (no el común de los protestantes, ni mucho menos) presentan hacia dicha creencia, aún yendo en contra del pensamiento de Martín Lutero, que aunque no aceptaba el dogma de la Transubstanciación, no dudaba que Cristo verdaderamente estaba presente en la Eucaristía (él abogaba por la Consubstanciación, presencia a la vez de la substancia del Cuerpo de Cristo, y de las substancias del pan y del vino).

       En esta serie de posts en que trataré el tema, voy a usar argumentos de diversa índole; unas veces serán históricos, otras veces se situarán dentro del análisis lingüísitco (no sé si éste sería el término más adecuado); en unas ocasiones externos a los mismos relatos, y otras veces internos. Espero, si el Espíritu Santo me ilumina, poder mostrar la evidencia de que Cristo, mediante esas palabras de institución de la Eucaristía, verdaderamente quiso dejarnos su Cuerpo y su Sangre en las especies del pan y del vino como presencia permanente de Él entre nosotros, y no sólo encargarnos el memorial de su Pasión.

 

       Empecemos precisamente con la calificación de memorial que recibe la Eucaristía. Este término proviene del vocablo hebreo zikkarón, y hacía referencia a la característica de "recuerdo" que poseían las fiestas judías para la intervención salvadora que Dios había realizado en la historia del pueblo elegido. Así, por ejemplo, Yahveh había mandado a su pueblo que recordara de generación en generación, para siempre, la liberación de la esclavitud y su salida de Egipto mediante la celebración de la Pascua (Éx 12, 14). Pero este recuerdo-memorial (zikkarón), tal y como han señalado exegetas entre los que se encuentran José Antonio Sayés (doctor en Teología por la Universidad Gregoriana, y profesor de Teología Fundamental en la Facultad de Teología del Norte de España) o Gerardo Sánchez Mielgo, o.p. (catedático de Nuevo Testamento en la Facultad de Teología de Valencia), este término no aluda simplemente a un recuerdo de hechos que sucedieron en el pasado, sino que conlleva a su vez una actualización de la acción salvadora de Dios en medio de su pueblo. Por ello, la idea de que en el sacramento de la Eucaristía, la Nueva Pascua cristiana, en la que celebramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor, Él mismo se hace presente actualizando su sacrificio expiatorio, concuerda con la visión que el pueblo judío tenía de sus fiestas, entre ellas, la Pascua. Pero mucho ojo: con ello no quiero decir que en la Pascua hebrea el pueblo de Israel creyera que Dios se hacía presente de un modo tangible, en Cuerpo, Alma y Divinidad, tal y como ocurre en la Eucaristía; ellos ni siquiera tenían esa concepción en cuanto al Arca de la Alianza (además, para ellos, la Encarnación de Dios era algo que no podían ni imaginar a causa de su concepto totalmente trascendente del Creador). Lo que quiero decir es que ya el antiguo pueblo judío reconocía el valor actualizante del memorial de sus celebraciones, a través del cual los designios de Yahveh se volvían a hacer presentes en el hoy en favor de su pueblo, ayudándonos esto a entender no sólo la consideración católica de la actualización de la acción salvadora de Dios en el Santísimo Sacramento del Altar, sino la intervención directa de Dios en nuestra historia, en el día a día, a través de los siete sacramentos.

         Creo que esta vinculación con la Antigua Alianza de la Torá es necesaria indicarla como primer paso para la comprensión del profundo significado que Cristo quiso que la Eucaristía, la Nueva Alianza en su Cuerpo y en su Sangre, guardara para su Iglesia.

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