Como ya escribí hace un par de años en el primer artículo de esta serie acerca del antiguo culto a la Virgen María, aunque se piensa que en las Sagradas Escrituras las alusiones a la devoción mariana son nulas, esto no es así, ya que a pesar de presentarse forma velada, vemos en ellas el germen de la posterior veneración a la Madre de Nuestro Señor Jesucristo. Analicemos un claro ejemplo concerniente al libro del Apocalipsis:
Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz. Y apareció en el cielo otro signo: un enorme Dragón rojo como el fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y en cada cabeza tenía una diadema. Su cola arrastraba una tercera parte de las estrellas del cielo, y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se puso delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo en cuanto naciera. La Mujer tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones con un cetro de hierro. Pero el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono, y la Mujer huyó al desierto, donde Dios le había preparado un refugio para que allí fuera alimentada durante mil doscientos sesenta días. Entonces se libró una batalla en el cielo: Miguel y sus Angeles combatieron contra el Dragón, y este contraatacó con sus ángeles, pero fueron vencidos y expulsados del cielo. Y así fue precipitado el enorme Dragón, la antigua Serpiente, llamada Diablo o Satanás, y el seductor del mundo entero fue arrojado sobre la tierra con todos sus ángeles. Y escuché una voz potente que resonó en el cielo: «Ya llegó la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías porque ha sido precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que día y noche los acusaba delante de nuestro Dios. Ellos mismos lo han vencido, gracias a la sangre del Cordero y al testimonio que dieron de él, porque despreciaron su vida hasta la muerte. ¡Que se alegren entonces el cielo y sus habitantes, pero ay de ustedes, tierra y mar, porque el Diablo ha descendido hasta ustedes con todo su furor, sabiendo que le queda poco tiempo!». El Dragón, al verse precipitado sobre la tierra, se lanzó en persecución de la Mujer que había dado a luz al hijo varón. Pero la Mujer recibió las dos alas de la gran águila para volar hasta su refugio en el desierto, donde debía ser alimentada durante tres años y medio, lejos de la Serpiente. La Serpiente vomitó detrás de la Mujer como un río de agua, para que la arrastrara. Pero la tierra vino en ayuda de la Mujer: abrió su boca y se tragó el río que el Dragón había vomitado. El Dragón, enfurecido contra la Mujer, se fue a luchar contra el resto de su descendencia, contra los que obedecen los mandamientos de Dios y poseen el testimonio de Jesús (Apocalipsis, 12, 1-17).
¿Pero quién es esa mujer que aparece en el cielo revestida de sol, con la luna bajo sus pies y coronada con doce estrellas, como símbolo de los doce apóstoles y de las doce tribus de Israel? ¿A qué mujer se refiere el Apocalipsis cuando menciona que tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones, y de la cual todos los que obedecen los mandamientos de Dios y poseen el testimonio de Jesús son también descendientes? ¿No será esta mujer María, madre del Mesías y de todos los miembros de la Iglesia, el Nuevo Israel? Los detractores de esta interpretación mariana de dicho pasaje apocalíptico alegan que aquella mujer no sería sino una metáfora de la Iglesia, que debe dar a luz al Mesías siempre con sufrimiento, y cuyos hijos, es decir, nosotros, sufriríamos inevitablemente persecuciones. Pero una vez más debemos acudir a los finos argumentos de Benedicto XVI, que en el segundo tomo de su Jesús de Nazaret, nos habla de un concepto importante para la interpretación tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, que es el de la personalidad corporativa. El pueblo judío sabía perfectamente que muchas alusiones a personajes concretos y oraciones realizadas a lo largo de la Biblia no sólo tenían un significado personal, individual, sino que hacían referencia a toda la comunidad. Así ocurre con los salmos, tal y como ya comenté en el artículo acerca del significado del grito de Cristo en la cruz ("Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" -Mc 15, 33-34-), que sería un asumir el sufrimiento de todos los hermanos abandonados por parte de Jesús. Por ello la Iglesia de los primeros siglos, nos recuerda el Santo Padre Benedicto XVI, no tuvo problema alguno en ver a la mujer del Apocalipsis, siguiendo el esquema típico de la personalidad corporativa, como la Virgen María, y a la vez como la naciente Iglesia, de la cual María es figura.
Es este un aspecto importantísimo, porque si como hemos expuesto en este post, la mujer del Apocalipsis es María, la Madre de Dios, estaríamos ante un auténtico ejemplo de devoción mariana en las Sagradas Escrituras: no olvidemos que el pasaje expuesto anteriormente menciona que es la madre de todos los cristianos.
¡Bendita sea la Inmaculada siempre Virgen María, Madre de Dios y de los hombres! ¡Intercede por nosotros, pecadores!
Fuentes:
- Benedicto XVI; Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección; Encuentro, Madrid, 2011.