Cuenta la leyenda que un compañero de trabajo de Isidro (el cual vivó entre los siglos XI y XII), receloso de éste porque lo veía rezar mucho en las horas laborales, se lo comunicó a su jefe. Éste, queriéndose asegurar de tales acusaciones, sin tomar medidas precipitadas, estuvo espiando a nuestro santo. Y sí, era cierto: en plena hora de labranza, Isidro (¡que era labrador, no lo olvidemos!) se puso a rezar; pero no fue lo único que observó su jefe, ya que mientras aquél oraba a Nuestro Señor, un ángel hacía la labor que a Isidro le correspondía.
¿Confiamos los católicos en que en todas las adversidades de nuestra vida cotidiana, en nuestro trabajo, en nuestro grupo de amigos, en nuestra familia, Cristo nos socorre y provee? ¿O más bien nos ahogamos en las dificultades de ese día a día, y las usamos como escusas para no responder a la llamada de amor que nos realiza incesantemente Nuestro Salvador? Fiémonos de Él, y como san Isidro, abandonémonos en sus manos, que ni un solo pelo de la cabeza se nos cae sin que lo sepa el Padre.
Y no olvidemos que tanto san Isidro como su mujer y su hijo (¡también santos!, Santa María de la Cabeza en el caso de su esposa, y San Illán en el caso de su hijo), son modelo de familia cristiana, imagen de aquella familia de Nazaret... Claro muestra de que todo estamos llamados a la santidad, no sólo los que pertenecen a la vida consagrada.