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5 agosto 2011 5 05 /08 /agosto /2011 14:50

          El período de la Historia de España que comprende el Reino Visigodo (desde el siglo V hasta el año 711), que es cuando auténticamente nace España como entidad política independiente y completamente unificada, ha sido vilipendiado en los últimos tiempos por la historiografía de nuestro país. Se habla mucho y bien del período de dominanción musulmana, de la "Civilización de Al-Andalus" (como se llamaba una asignatura de la Licenciatura de Historia en la Universidad de Málaga -quiero recordar que optativa-), pero no se recuerda que el Reino Visigodo era el estado más floreciente del occidente cristiano cuando acaeció la conquista musulmana. A partir de la unificación social -matrimonios mixtos- y religiosa bajo los reinados de Leovigildo (572-586) y Recaredo (se convirtió al Catolicismo en el 589 -no olvidemos que mientras la población hispano-romana era católica, la élite visigoda profesaba la herejía arriana) respectivamente, y la aparición del Liber Iudiciorum, con la consiguiente unificación jurídica entre el derecho romano y el germánico, (en el 654, reinando Recesvinto) la fuerza del reino se hizo creciente, al menos en lo concerniente al legado cultural y religioso.

          ¡Qué decir de figurar como el obispo San Isidoro de Sevilla (560-636) -y su hermano San Leandro-, o de San Braulio de Zaragoza, dos grandes Padres de la Iglesia! El primero fue autor de las famosas Etimologías, una de las obras más reproducidas a lo largo de la Edad Media, y defensor de existencia de una nueva realidad: España. El segundo, San Braulio, obispo de Zaragoza (discípulo de San Isidoro y muerto en el 651) colaboró trancendentalmente en la elaboración del Liber Iudiciorum, y escribió una biografía de San Millán, otro personaje ilustre proporcionado por la Iglesia española en el período visigodo.

          También merece un recuerdo el grandísimo arzobispo de Toledo San Ildefonso (600-667), cantor como pocos de la virginidad perpetua de la Madre del Señor en su obra De la perpetua virginidad de santa María.

          Por último, mencianar al obispo Tajón, quien puso las bases del género teológico de las summas.

          ¡Coloquemos a este perído de nuestra historia nacional y de la historia de la Iglesia en el lugar que le corresponde!

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22 julio 2011 5 22 /07 /julio /2011 20:58

       Decía la Madre Teresa de Calcuta que la alegría fue también la característica distintiva de los primeros cristianos. Durante la persecución, las gentes solían buscar a las personas cuyo semblante irradiaba alegría.

        Esta diferenciación en la vida de los seguidores de Cristo sólo se observaba en su conducta, no es sus costumbres ni vestimentas, como recuerda el autor anónimo de la Carta a Diogneto:

       (...)

       Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho. 

Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida.Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo.Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida.Los.judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad. 

        (...)

       Y ciertamente un rasgo que siempre ha ido de la mano de los cristianos es el de la alegría, aún llegada la hora del martirio. Como nos recuerda Benedicto XVI en su Encíclica Spe Salvis sólo quien posee fe en Dios puede mantener una auténtica esperanza; y con la esperanza viene la alegría. Sólo en el conocimiento de que Dios existe, y que es un Dios que perdona siempre en el infinito amor que nos tiene, amor tan grande que envió a su HIjo Único para que entregara su vida por el perdón de nuestros pecados; sólo en este conocimiento del Amor de Dios, considerando que no pierde ni un ápice de su justicia, que no dejará ni un vaso de agua fresca ofrecido por nostros al necesitado sin recompensa, podemos ver la historia y nuestro futuro con esperanza y alegría, con la seguridad de que seremos juzgados con amor, pero a la vez con plena justicia. Certeza que hemos adquirido a través de la Resurrección de Cristo, cuando el hombre descubrió su auténtica meta.

      Asignatura pendiente: ¡recuperemos la alegría de nuestra fe en Cristo!

        

      Fuentes:

      Madre Teresa de Calcuta; Escritos esenciales; Sal Terrae, Maliaño (Cantabria), 2002.

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19 julio 2011 2 19 /07 /julio /2011 21:19

            Aunque sea muy políticamente incorrecto, aún en nuestra España, que parece rechazar todo su pasado en cuanto éste es reflejo del fuerte espíritu religioso que ha impregnado nuestra historia, tenemos la obligación de recordarlo y estudiarlo convenientemente para saber cuáles son nuestras raíces, de dónde venimos, y así poder obtener conclusiones útiles de cara al futuro de nuestra nación.

            Nada más lejos de mi intención que atacar a los fieles de la religión islámica; no obstante, es justo reconocer que uno de los grandes logros de nuestra historia, junto al descubrimiento, colonización y evangelización de América, la fundación del Derecho Universal, o la contribución al desarrollo del pensamiento y las artes (por cierto, muy relacionado con nuestra fe católica), es el de haber logrado mantener a ralla a la civilización musulmana y evitar su asentamiento profundo en Europa (al menos en Europa Occidental). Habría que hablar aquí de la Reconquista, empresa épica impresionante por la que España, con sus diferentes reinos, logró expulsar a los musulmanes de la Península Ibérica tras casi 800 años de invasión. Pero nos centraremos ahora en la batalla de Lepanto, dentro del choque que en todo el siglo XVI se produjuo entre España y el Imperio Otomano.

            Pongámonos en situación: en 1571, año de la batalla de Lepanto, los turcos se habían hecho dueños de todo el Mediterráneo oriental, y hostigaban continuamente las costas de Europa Occidental a través de los corsarios berberiscos que para ellos "trabajaban". Tras la caída de Constantinopla en 1453, el Imperio Otomano se hizo dueña de los territorios balcánicos, y llegó incluso a presentarse ante las puertas de Viena, lo cual provocó que el Emperador Carlos V tuviera que acudir en su ayuda para romper el sitio. Evidentemente, ante este panorama, tanto España (que tenía posesiones en Italia) como las repúblicas de Venecia y Génova y el mismo Papado comprendieron el peligro que se cernía sobre sus tierras, además de las pérdidas comerciales que se estaban produciendo. España, la gran potencia católica de aquel entonces, capitaneada por Felipe II, y el Papa Pío V, intentaron formar una alianza para hacer frente al poderío turco, pero Venecia no vio claro la necesidad de la jugada hasta que los turcos conquistaron Chipre y atacaron su propio territorio en Italia. Finalmente, los cuatro estados sellaron su alianza y se pusieron manos a la obra.

           Pero aquí no había simplemente un interés político o económico. Al menos en lo que respecta a España y la Santa Sede, existía una clara percepción del peligro que el avance turco constituía para la misma supervivencia del cristianismo europeo. Mientras, las naciones europeas protestantes no quisieron secundar el llamamiento papal, y Francia, envidiosa del poderío español, siguió su línea procuró muy mucho no enemistarse con el Imperio Otomano. Se suele criticar mucho la actuación de la Iglesia Católica, sobre todo en siglos atrás, pero tan cierto como sus errores (que los ha habido, por supuesto) es que sólo ella, incluyendo a varias naciones católicas, sobre todo España, supo ver lo que se jugaba toda Europa en aquellos momentos.

          Finalmente, el 7 de octubre de 1571 -día de la Virgen del Rosario-, en las costas helénicas del Golfo de Lepanto, la flota cristiana, en la que participaron figuras militares tan excepcionales como los españoles don Juan de Austria (hermanastro del Rey Felipe II) y don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, gran marino como pocos en la historia, consiguió una impresionante victoria ante la fortísima armada turca. Cierto es que posteriormente las potencias católicas no supieron ponerse de acuerdo, y se desaprovechó una oportunidad única para atacar al Imperio Otomano, además de que éste recompuso rápidamente su flota; pero no hay que olvidar que a partir de ese 7 de octubre de 1571, las incursiones turcas en el Mediterráneo occidental menguaron, y el peligro de una invasión disminuyó en gran medida. No nos equivocamos al decir que la contienda que vieron las costas de Lepanto fue tan importante para la supervivencia de Europa, y por ende, para la civilización occidental -cristiana- tal y como la conocemos (con sus conceptos de razón, libertad...), como en su día la de Maratón (frenando la entrada de los persas en Grecia, que podría haber truncado todo el desarrollo de nuestra cultura -aún no existiendo todavía el mensaje cristiano, pero que también tiene en el mundo clásico parte de sus cimientos-), o el mismo Desembarco de Normandía. Por tanto, Miguel de Cervantes, participante en aquella batalla, la cual le costó la movilidad de uno de sus brazos, acertó plenamente cuando la describió como la más alta ocasión que vieron los siglos.

          Se cuenta que san Pío V, mientras celebraba la procesión del Rosario en Roma, tuvo una visión en la que contempló la victoria cristiana. Además, el triunfo de la armada europea se atribuyó a la intercesión de la Virgen gracias al rezo del Rosario por parte de los miembros de la flota antes de la batalla; fue por esta victoria que se añadió a las letanía lauretanas la advocación de Auxilio de los Cristianos.

         Como católicos y españoles, pues, estemos orgullosos de haber contribuido a la salvación del Cristianismo en nuestra vieja Europa.

 

          Fuentes:

          Esparza, José Javier; La gesta española; Áltera, Barcelona, 2007.

          Farrelly, Brian, O.P.; Génesis histórica y valor teológico pastoral del Rosario mariano, en Vida sobrenatural; San Esteban, Salamanca, septiembre-octubre 2002, nº. 623.

          

   

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13 julio 2011 3 13 /07 /julio /2011 23:10

         A lo largo de la historia de la Filosofía y del pensamiento religioso, la dualidad cuerpo-alma ha estado presente en todo momento. Pero esta dualidad ha originado más de una vez una visión bastante negativa del cuerpo, de lo material, pienso yo que motivada por los lazos que lo unen con el sufrimiento, el cansancio, el hambre... Han sido muchos las escuelas, corrientes y religiones que han mantenido esta visión. No hay más que pensar en el Budismo, o sin ir más lejos, a pensamientos filosóficos clásicos como el Platonismo o el Neoplatonismo.

        Platón, filósofo de la Grecia clásica (más concretamente de los siglos V/IV a.C.), defendía al "mundo de las ideas" como fuente del auténtico conocimiento, el que no variaba, frente al proporcionado por los sentidos; para el autor griego, el cuerpo era la cárcel del alma (recordad el famoso Mito de la Caverna): como vemos, presentaba una visión totalmente negativa del mundo material.

        Estas tesis volvieron a aparecer con los neoplatónicos, entre ellos el filósofo del siglo III d.C. Plotino, quien como nos recuerda Benedicto XVI en la segunda parte de Jesús de Nazaret, apostaba por una creación del mundo que había consistido en la degradación de lo divino, de lo sublime: un descenso que había significado llegar a lo material y humano, lo degradado; de esta forma, la vuelta a lo divino requería necesariamente desasirse del mundo material.

        Frente a esta visión, comprensible ante la contemplación de las miserias humanas, pero totalmente desacertada, el Cristianismo (siguendo la tradición de al menos parte del Juadísimo) consiguió que se impusiera una visión del mundo material, de la creación, mucho más positiva. Sí, ciertamente, nuestra existencia está llena de sufrimiento, e incluso de atrocidades dentro de la misma familia humana; pero como pensaba San Agustín, la historia es historia de salvación, y a pesar de su caída, del pecado original, el hombre tiene en sus manos, auxiliado por la Gracia, cambiar el rumbo de la historia. Mucho se ha hablado acerca de San Agustín y su aparente aversión hacia el cuerpo, hacia lo sensible; pero no se puede negar que él mismo nos recordó que el hombre, lejos de ser sólo espíritu, era una unidad formada por el alma y el cuerpo.

         Esta conceptción cristiana del cuerpo está sustentada, evidentemente, en la Encarnación del Hijo de Dios y en su Resurrección, dos aspectos que resaltan su importancia en el plan creador y salvífico del Señor. Era tan distintiva del Cristianismo (por aquél entonces, salvo la escuela de los fariseos -que yo recuerde ahora mismo-, que también defendían la Resurrección de los muertos) la creencia en la Resurrección (pero no la resurrección de alguien que tiene que volver a morir -como Lázaro-, sino la entrada en un nuevo estado de existencia humana -para no morir más-, que en Cristo como primicia ha marcado nuestro camino y nuestra meta) que cuando Pablo realizó su discurso en el Areópago de Atenas, la mayoría de su audiencia se burló de él, y no quiso seguir escuchando al oír el anuncio y la garantía de la Resurrección de Cristo de entre los muertos (Hch 17, 30-34).

        Pocos han reflejado como San Juan Damasceno (s. VII/VIII d.C.) esta salvación de la creación material que Cristo con su Encarnación ha realizado, pero a este respecto ya escribí un post hace algún tiempo, que todos podéis visitar en este mismo blog.

        Pero a pesar de todo lo dicho anteriormente, también el Cristianismo ha experimentado en su seno la tentación de dejarse llevar por una consideración pesimista de la creación en su vertiente material, incluido, lógicamente, el cuerpo del ser humano. Qué decir de la herejía gnóstica, que tan negativamente hablaba de la creación visible, y que veía como una aberración que el mismo Dios pudiera tomar un cuerpo físico. También el Monofisismo (condenado por el Concilio de Calcedonia) contaba con rasgos de esta postura, ya que afirmaba que Cristo sólo tenía una naturaleza, la divina.

       Pero no quedó ahí la cosa; como Benedicto XVI nos relata en la obra antes mencionada, en el siglo XIX hubo un rebrote de esta visión "destripada" del hombre, que sólo encontraba en el cuerpo humano posibilidades de pecar, especialmente a través de la sexualidad.

      Por tanto, no olvidemos que somos, a imagen y semejanza de Cristo, una unidad de cuerpo y alma, ambas creadas por Dios; tratemos convenientemente a nuestro cuerpo, haciéndolo santo, y repitamos con San Pablo: ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo (1 Co 6, 19-20).

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3 julio 2011 7 03 /07 /julio /2011 14:37

         Existe toda una corriente de interpretación del Nuevo Testamento que trata de "racionalizar" todo lo que en él se narra, negando la posibilidad de acercarnos al "Jesús histórico". Evidentemente, estos autores hacen especial hincapié en rechazar la veracidad de los milagros que en los Evangelios se cuentan.

         El principal autor de esta exégesis fue R. Bultmann (1884-1976), teólogo protestante alemán que se opuso a la tesis de la historicidad de los Evangelios. Para el pensador germano los milagros de Cristo narrados en el Nuevo Testamento son construcciones que guardan un parecido bastante grande con los supuestos milagros helénicos.

         Pero hay razones suficientes para rechazar de plano esta visión de Bultmann, ya que los milagros relaizados por Jesús, relatados por las Sagradas Escrituras, presentan unas peculiaridades que los hacen completamente originales. Veámoslas:

  1.  Los milagros helénicos se realizaban a menudo en el ámbito de los templos dedicados al dios de la medicina Asclepio, donde se practicaba ciertamente la medicina, al menos la natural. Los fenómenos realizados por Jesucristo nada tienen que ver con la medicina, como bien resaltó el filósofo español decimonónico Jaime Balmes, tema que traté en un post anterior. Son relatados como auténticos prodigios.
  2. Los pasajes evangélicos que nos relatan los milagros nos muestran que eran realizados a menudo a la vista de muchas personas, delante de muchedumbres.
  3. Nunca hizo Cristo un milagro con la intención de vanagloriarse, sino siempre buscando el despertar de la fe en sus hermanos.

       Por tanto, no debemos meter en el mismo saco las narraciones de los milagros crísticos con los milagros conocidos en la tradición helénica. Nada que ver.

      

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23 junio 2011 4 23 /06 /junio /2011 21:06

         La importancia que san Juan Bautista guarda para la historia del Cristianismo es tan evidente que no hay más que caer en un hecho esencial: la Iglesia, que nunca ha sido amiga de celebrar las natividades de los santos, sino el día de su muerte, ya que ése es el auténtico paso a la Vida, sólo incluye en su calendario tres de estas celebraciones: la Natividad de Cristo (25 de diciembre), la Natividad de la Virgen María (8 de septiembre), y la Natividad de san Juan Bautista (24 de junio).

        Si lo pensamos detenidamente, entre el 24 de junio, Natividad de san Juan Bautista, y la Nochebuena (del 24 al 25 de diciembre) transcurren 6 meses, el mismo tiempo que transcurrió entre la concepción de Juan el Bautista y la de Cristo (Lc 1, 23-26). Pero no es el único significado que posee el que se celebre la fiesta de san Juan ése día. Como bien se sabe, uno de los motivos (que no el único ni mucho menos, ya hablaremos de ello más detenidamente) por los que se celebra la Navidad el 25 de diciembre es porque en tiempos del Imperio Romano se celebraba ese día la fiesta del Sol Invicto, del Dios iranio Mitra, culto que disputó contra el Cristianismo en los primeros siglos de nuestra era; unos días antes ocurre el solsticio de invierno, momento a partir del cual los días comienzan a ampliarse, y las noches, al contrario, menguan. Pero existía la tradición de que algunos dioses nacían tres días después del solsticio. Por todo ello (además de por una antigua tradición judía que ya esperaba el nacimiento del Mesías para ese día), la Iglesia consideró oportuno, ya que Cristo es el auténtico Sol que nos ilumina, situar su nacimiento en dicha fecha. ¿Y qué ocurre a partir del solsticio de verano, sino que los días decrecen y las horas sin luz aumentan? ¿Y no dijo acaso Juan el Bautista que Es preciso que él crezca y que yo disminuya (Jn 3, 30)? Como vemos, el simbolismo resulta evidente. El Bautista empieza a menguar, le da el testigo al verdadero Sol Invicto, a la Luz de nuestras vidas.

       ¡Que san Juan Bautista, el precursor, interceda por nosotros para que seamos capaces de preparar los caminos a Cristo, de forma que su Palabra llegue a todos los rincones del mundo!

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17 junio 2011 5 17 /06 /junio /2011 22:57

       Siguiendo con el filósofo y sacerdote decimonónico Jaime Balmes, veamos un fragmento de su obra El Criterio, en el que, con su caracterísitico estilo prístino pero no exento de belleza, desmonta a los que querían y quieren ver en los milagros narrados por los Evangelios hechos racionales que en aquella época aún no podían ser comprendidos por los hombres.

 

       De estas observaciones surge al parecer una dificultad que no han olvidado los incrédulos. Hela aquí: los milagros son tal vez efectos de causas que, por ser desconocidas, no dejarán de ser naturales; luego no prueban la intervención divina, y, por tanto, de nada sirven para apoyar la verdad de la religión cristiana. Este argumento es tan especioso como futil.

       Un hombre de humilde nacimiento, que no ha aprendido las letrs en ninguna escuela, que vive confundido entre el pueblo, que carece de todos los medios humanos, que no tiene donde reclinar su cabeza, se presenta en público enseñando una doctrina tan nueva como sublime; se le piden los títulos de su misión y él los ofrece muy sencillos. Habla, y los ciegos ven, los sordos oyen, la lengua de los mudos se desata, los paralíticos andan, las enfermedades más rebeldes desaparecen de repente, los que acaban de expirar vuelven a la vida, los que son llevados al sepulcro se levantan del ataud, los que, enterrados de algunos días, despiden ya mal olor, se alzan envueltos en su mortaja y salen de su tumba, obedientes a la voz que les ha mandado salir afuera. Éste es el conjunto histórico. El más obstinado naturalista, ¿se enmpeñaría en descubrir aquí la acción de leyes naturales ocultas? ¿Calificaría de imprudentes a los cristianos por haber pensado que semejantes prodigios no pudieran hacerse sin intervención divina? ¿Creéis que con el tiempo haya de descubrirse un secreto para resucitar a los muertos, y no como quiera, sino haciéndolos levantar a la simple voz de un hombre que los llame? La operación de las cataratas, ¿tiene algo que ver con el restituir de golpe la vista a un ciego de nacimiento? Los procedimientos para volver la acción a un miembro paralizado, ¿se asemejan, por ventura, a este otro: "Levántate, toma tu lecho y veta a tu casa"? Las teorías hidrostáticas e hidráulicas, ¿llegarán nunca a a encontrar en la mera palabra de un hombre la fuerza bastante para sosegar de repente el mar alborotado y hacer que las olar se tiendan mansas bajo sus pies y que camine sobre ellas, como un monarca sobre plateadas alfombras?

     ¿Y qué diremos si a tan imponente testimonio se reúnen las profecías cumplidas, la santidad de una vida sin tacha, la elevación de su doctrina, la pureza de la moral y, por fin, el heroico sacrificio de morir entre tormentos y afrentas, sosteniendo y publicando la misma enseñanza, con la serenidad en la frente, la dulzura en los labios, articulando en los últimos suspiros amor y perdón?

     No se nos hable, pues, de leyes ocultas, de imposibilidades aparentes; no se aponga a tan convincente evidencia un necio "¿quién sabe?..." Esta dificultad, que sería razonable si se tratara de un suceso aislado, envuelto en alguna obscuridad, sujeto a mil combinaciones diferentes, cuando se la objeta contra el cristianismo es no sólo infundada, sino hasta contraria al sentido común.

 

     Y es que los milagros de Jesús presentan una originalidad única, con caractarísticas muy diferentes, por ejemplo, a las de los milagros helénicos ocurridos en sus templos y santuarios. ¡Nuestra fe se basa en razones!

 

Fuentes:

Balmes, Jaime, El Criterio, Espasa Calpe, Madrid, 1968.

      

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2 junio 2011 4 02 /06 /junio /2011 02:31

     ¡Madre Mía, qué extendida está en la sociedad la teoría de que el Cristianismo sumió a la mujer en un abismo de sombrar y marginalidad! Claro está que no todos son luces, que el comportamiento de la Iglesia Católica (por concretizar más el tema) no siempre fue el que debiera, también con respecto a la mujer. Pero no mentimos al decir que la mujer vio realzada tremendamente su dignidad gracias al Cristianismo.

      En torno a este tema creo que hay un punto al que no se le ha dado la importancia que se merece, y es el de el valor de la monogamia impuesto por el Cristianismo. Al contrario de lo que muchos piensan, la monogamia no estaba completamente arraigada antes de la llegada del mensaje evangélico. Basta con leer el pasaje de Mateo, 19, 1-10:

 

Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, dejó la Galilea y fue al territorio de Judea, más allá del Jordán.

Lo siguió una gran multitud y allí curó a los enfermos. Se acercaron a él algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?».

El respondió: «¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer;  y que dijo: "Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne"?

De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido».

Le replicaron: «Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?».

El les dijo: «Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era sí.

Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio».

Los discípulos le dijeron: «Si esta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse».

      

       Aquí hablamos de monogamia y poligamia en el sentido de la vinculación definitiva entre un hombre y una mujer; no sería poligamia sólo el estar casado legalmente con más de una mujer, sino el no guardar la exclusividad, totalidad, y carácter definitivo del amor conyugal.

       Y es que la monogamia es un valor de origen fundamentalmente judeo-cristiano. Y es este concepto el que le da a la mujer un estatus mucho mayor que el que poseía, ya que, ¿dónde está la dignidad de la mujer cuando en el matrimonio, origen de la familia como célula básica de la sociedad, no recibe el amor y la entrega exclusivos del varón, teniendo que compartir su situación con otras mujeres? Como vemos en el fragmento evangélico antes expuesto, Cristo equiparó el pecado del adultario del hombre al de la mujer. Sería bueno que meditarámos sobre este punto, ya que es más importante de lo que puede parecer; no hay igualdad auténtica sin una nivelación de derechos y deberes dentro de la institución matrimonial.

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25 mayo 2011 3 25 /05 /mayo /2011 22:58

        Lo primero de todo, antes de exponer el grueso de la entrada, dejar claro que pocas cosas peores pueden ocurrirle a una nación que una guerra civil, una lucha fratricida, en la que la misma se desangra de una manera absurda y cruel. Precisar también que en nuestra Guerra Civil, que duró de 1936 a 1939, ambos bandos cometieron atrocidades, que ninguno de ellos puede llamarse víctima, ni vencedor de la contienda.

       Dicho esto, me gustaría tratar el tema de la represión que sufrió la Iglesia en territorio republicano durante la contienda, ya que no se habla lo suficiente de ello, sobre todo en determinados ambientes, para los cuales memoria histórica es un término que sólo merecen los muertos de uno de aquellos dos bandos. Y es que nosotros no entramos en luchas de bandos; sólo hablamos de personas que murieron exlcusivamente por motivos religiosos: mártires de la fe.

       Dichos mártires, repartidos por muchas zonas del país que estuvieron en manos de los republicanos, llegaron al número de 10.000. Sí, leéis bien, 10.000 seres humanos a los que se les arrebató la vida, muchas veces de forma perversa y tras torturas, por el simple hecho de ser católicos y no renegar de su fe: sacerdotes diocesanos, miembros del clero regular (tanto masculino como femenino), seminaristas, y muchísimos seglares comprometidos, ya fueran miembros de Acción Católica o de otras asociaciones. Según algunos autores, estamos ante una de las mayores persecuciones religiosas que sufrió la Iglesia Católica desde tiempos del Imperio Romano, superando incluso la acaecida durante la Revolución Francesa.

       Pero esto resulta aún más doloroso si tenemos en cuenta que dicha represión fue muchas veces a sabiendas de las autoridades republicanas, tal y como se ve en este Memorándum que a comienzos de 1937 redactó el por entonces ministro del gobierno republicano (que en aquellos momentos tenía su capital en Valencia) Manuel de Irujo:

      

      La situación del hecho de la Iglesia, a partir de julio pasado, en todo el territorio leal, excepto el vasco, es la siguiente:

      a) Todos los alteres, imágenes y obejtos de culto, savlo muy contadas excepciones, han sido destruidos, los más con vilipendio.

      b) Todas las iglesias se han cerrado al culto, el cual ha quedado total y absolutamente suspendido.

      c) Una gran parte de los templos, en Cataluña con carácter de normalidad, se incendiaron.

      d) Los parques y organismos oficiales recibieron comapanas, cálices, custodias, candelabros y otros objetos de culto, los han fundido y aún han aprovechado para la guerra o para fines industriales sus materiales.

      e) En las iglesias han sido instalados depósitos de todas clases, mercados, garajes, cuadras, cuarteles, refugios y otros modos de ocupación diversos.

      f) Todos los conventos han sido desalojados y suspendida la vida religiosa en los mismos. Sus edificios, objetos de culto y bienes de todas clases fueron incendiados, saqueados, ocupados y derruidos.

      g) Sacerdotes y religiosos han sido detenidos, sometidos a prisión y fusilados sin formación de causa por miles, hechos que, si bien amenguados, continúan aún, no tan sólo en la población rural, donde se les ha dado caza y muerte de modo salvaje, sino en las poblaciones. Madrid y Barcelona y las restantes grandes ciudades suman por cientos los presos en sus cárceles sin otra causa conocida que su carácter de sacerdote o religioso.

      h) Se ha llegado a la prohibición absoluta de retención privada de imágenes y objetos de culto. La policía que practica registros domiciliarios, buceando en el interior de las habitaciones, de vida íntima personal y familiar, destruye con escarnio y violencia imágenes, estampas, libros religiosos y cuanto con el culto se relaciona o lo recuerde.

     

       El testimonio es espeluznante, basta con tener un poco de humanidad para percatarse de la gravedad de la persecución que los católicos sufrieron durante la guerra a manos del bando republicano.  10.000 hombres y mujeres que dieron testimonio de su fe y no dudaron en ofrecer su sangre por lealtad a Dios y a la Madre Iglesia, perdonando a sus enemigos, como muchos testimonios demuestran. Por todo esto, tengámoslos presentes siempre en nuestra memoria, y como ellos hiceron, luchemos por una España unida y en paz, y mantengámonos siempre fieles a la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo y a la Iglesia que Él fundó; sin miedo a nada, ya que tenemos su promesa de vida eterna.

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21 mayo 2011 6 21 /05 /mayo /2011 18:33

       Esta gran verdad es la que nos recuerda Benedicto XVI en su segunda encíclica, Spe Salvi. Sólo con una visión trascendente de la vida, con una fe en Aquél que puede darnos vida eterna, el hombre puede tener esperanza; no una esperanza parcial, temporal, sino la esperanza que como anticipo de la Gloria hace que empecemos ya a disfrutarla en esta vida terrena. En estas últimas semanas, con acontecimientos como el tsunami de Japón, o el terremoto de Lorca, el hombre ha visto una vez más hecho añicos su sueño de conseguir por sí mismo el paraíso terrenal, sin contar con Dios. Otra vez, el hombre se vuelve hacia el cielo buscando una razón que justifique todos estos sucesos.

      El británico Francis Bacon (1561-1626), padre de la Nueva Ciencia y defensor acérrimo de método hipotético-deductuvo, quería librar de lo que él llamaba idola (prejuicios) a la práctica científica, limpiándola de la tradición filosófica. Su objetivo no era otro que el dominio de la Naturaleza para el bienestar social. No hay que olvidar sus críticas a la Metafísica de Aristóteles, que según su propia  opinión no valía para otra cosa que para enredar. Este autor, aunque no obstante hubo otros precursores, constituyó uno de los eslabones hacia el olvido de Dios y el trasbase de la esperanza en nuestro Creador a la Ciencia.

      En el siglo XIX, F. Nietzsche (1844-1900) criticó abiertamente al Cristianismo, que según él había siempre arrebatado al ser humano el legítimo anhelo a vivir según sus sentimientos más íntimos, sus pasiones más instintivas, sin verse refrenado. Anunció la muerte de Dios, y el reinado de un nuevo hombre que todo lo podría. Creo que no es necesario decir qué influencia tuvieron estas opinionen en el surgimiento del nazimo en el siglo XX.

      Y no hay que olvidar otras figuras como el filósofo J.P. Sartre, que consideraba que sin Dios el hombre sería completamente libre.

     ¿Hasta cuándo no comprenderemos la desesperación en que cae el hombre cuando olvida su faceta trascendente? Sólo Dios puede dar consuelo y sentido ante las desgracias como las de estos últimos tiempos.

 

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