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23 marzo 2011 3 23 /03 /marzo /2011 22:36

Antiguo es el debate acerca de la idoneidad de hacer receptora a la mujer del sacramento del Orden Sacerdotal. Esta polémica se ha avivado después de que la Iglesia Anglicana las aceptara en el sacerdocio. Pero la Iglesia Católica ha permanecido siempre fiel a la exclusión de las mujeres del ejercicio del sacerdocio MINISTERIAL. Y esta práctica, al contrario de lo que la crítica opina, está lejos de ser una muestra de marginación hacia las mujeres, ni de machismo. Es más, las razones que posee la Madre Iglesia para actuar al respecto de esa forma, son más que comprensibles: en verdad, son casi concluyentes. Pasemos a verlas, usando como fuentes varios documentos eclesiásticos de los últimos cincuenta años. 

Si analizamos los Evangelios, vemos que Cristo, a la hora de escoger a los doce apóstoles, seleccionó a varones solamente (Mc 3,14-19; Lc 6,12-16). Y éstos, cuando tuvieron que elegir a sus colaboradores, y a sus sucesores, también acutaron de la misma manera (1 Tm 3,1-13; 2 Tm 1,6; Tt 1,5-9; San Clemente Romano, Epístola a los Corintios 44, 2-3). Los partidarios de la ordenación de las mujeres suelen argumentar que si Cristo  procedió así fue por estar inmerso es el contexto judío de su época, en el que la mujer ocupaba un lugar secundario. Pero esta teoría no tiene ningún fundamento, porque Nuestro Señor dio pruebas suficientes de no valorar estos esquemas sociales; así, igualó la gravedad del pecado de adulterio en el hombre y la mujer (Mt 19, 1-9), contó con mujeres entre sus seguidores, algo inaudito en el ambiente judío de aquellos tiempos (Mt 27, 55), y les concedió la gracia del descubrimiento de su Resurreción y la transmisión del mensaje a los discípulos (Mt 28, 1-8). Como se observa sin lugar a dudas, Cristo otorgó una dignidad y una importancia a la mujer que podríamos considerar inusual para aquella cultura.

El Evangelio es tajante al respecto: Subió al monte y llamó a los que él quiso (Mc 3, 13); Sucedió que por aquellos días se fue al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos (Lc 6, 12-13). Por tanto, se trató de una decisión libre, y meditada en compañía del Padre. ¿Por qué, si esta elección era una prueba de discriminación hacia la mujer, no rompió  con la costumbre, como había hecho en los casos antes citados?

Y un tanto de los mismo ocurre con la tradición de los primeros cristianos: debieron interpretar la actuación del Señor en ese sentido, ya que así hicieron ellos también. Ya hemos citado los pasajes neotestamentarios en los que podemos comprobar que la elección de los colaboradores de los Apóstoles. fue realizada también entre  varones. Además, dice la Epístola de San Clemente Romano a los Corintios: Pero por esta causa, teniendo perfecto conocimiento del futuro, establecieron a los mencionados y para lo sucesivo dieron la norma que, cuando reposaran, otros probados varones ejercieran el ministerio (litúrgico) de ellos. Mas, a los establecios por ellos o después por otros eximios varones con el beneplácito de toda la Iglesia, que sirivieron irreprochablemente al rebaño de Cristo con humildad, pacífica y dignamente, atestiguados durante mucho tiempo por todos, no creemos que ses pueda apartar del ministerio (litúrgico) (44, 2-3).

Por tanto, no estamos ante un caso de "machismo" religioso, sino ante la fidelidad al proceder de Jesucristo y al de los primeros discípulos. La Iglesia, come ella misma ha declarado oficialmente, no tiene potestad para cambiar la voluntad revelada por Dios. Ciertamente que no podemos conocer las causas específicas por las que Él mismo consideró oportuno escoger como ministros y sus representantes tan sólo a varones; pero es un hecho que libremente procedió así. Ni siquiera su Santísima Madre fue escogida para dicha tarea, y en cambio, ¡quién recibió mejor consideración y mayor veneración, en el Cristianismo primitivo, y a lo largo de toda la Historia, que María Santísima! Ella estuvo presente en la primera comunidad (Hch 1, 14), y su papel, como el de otras mujeres, fue esencial. Esto nos lleva a decir que la Iglesia no está apartando a las mujeres del corazón de la misma, porque el corazón del Reino de Dios es el Amor, y el principal lugar lo ocupan los santos, no los obispos, sacerdotes o diáconos.

Concluyamos este análisis con otro aspecto a tener en cuenta. El Nuevo Testamento hace un claro paralelismo, que por otra parte ya se veía entre Dios e Israel en el Antiguo, entre el matrimonio hombre mujer, y el carácter esponsal de la relación entre Cristo y su Iglesia. Si el sacerdote actúa in persona Crhisti, evidentemente debe cumplir el papel de Esposo de la Iglesia, por lo que la ordenación de mujeres sería totalmente desaconsejable.

En ninguna otra tradición religiosa la mujer se ha encontrado tan considerada como en el Cristianismo (centrándonos ahora en la Iglesia Católica), reconociendo los errores que se hayan podido cometer a lo largo de la Historia, que seguro que hemos caído en ellos. Pero nuestra Iglesia siempre ha defendido su dignidad; así, por tanto, no encontremos discriminación donde no la hay, y trabajemos por la implantación del Reino de Dios en el corazón de todos los hombres, sea cual sea su sexo. Todos tenemos trabajo que hacer, ¡manos a la obra!

 

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