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17 julio 2013 3 17 /07 /julio /2013 02:41

             Los historiadores y teólogos se suelen preguntar con insistencia por qué el Evangelio de Juan no relata la institución del Sacramento de la Eucaristía. Nos expone en aquella Santa Cena el lavatorio de pies, la despedida, el discurso de la vid verdadera, el anuncio de la venida del Espíritu Santo y de su retorno cercano, y la oración sacerdotal de Cristo, pero nada dice de forma explícita acerca de la Eucaristía. Ahora bien; hacemos bien al resaltar que la inexistencia de datos es más bien explícita; porque de forma implícita, las referencias al Santísimo Sacramento son constantes.

              Pero empecemos por orden: ¿por qué San Juan obvia el momento de la institución? Aquí los historiadores y teólogos no se ponen de acuerdo. Hay autores que hablan de una antisacramentalidad del Evangelio de Juan, como es el caso de Bultmann; para ello se sustentan en que los versículos 51-58 son una interpolación realizada por la comunidad cristiana primitiva, siendo esta clara alusión a la Eucaristía una elaboración posterior. Adelantemos que ésta es una concepción errónea por completo, ya que como hemos dicho, hay claras alusiones implícitas, aún en otros pasajes, a la Eucaristía en el cuarto Evangelio. La clave posiblemente reside en que Juan (y por tanto Cristo) quiere hacernos comprender que la Eucaristía es una continuación de la Encarnación: el Logos que se ha hecho carne y ha puesto su morada entre nosotros (cfr. Jn 1, 14), es el mismo pan vivo que ha bajado del cielo (cfr. Jn 6, 51), su carne que Él dará por la vida del mundo (cfr. Jn 6, 51). Es por ello que no menciona la institución del sacramento: como dice Mollat y nos recuerda José Antonio Sayés, "la Eucaristía nos pone en contacto directo con el misterio de la Encarnación"; lo observamos perfectamente con el término sarx, que es usando tanto en la Eucaristía como para tratar el tema de la Encarnación (Jn 1, 14; 1Jn, 4, 2).

              La Iglesia de los primeros siglos siempre vio en la Eucaristía una continuación de la Encarnación. Era algo común, por ejemplo, entre los teólogos de tradición griega. Veamos algunos ejemplos de aquellos tiempos, independientemente de su origen geográfico.

              San Ireneo de Lyón (130-200): "¿Cómo, pues, les constará que este pan, en el que han sido dadas las gracias, es el cuerpo del Señor y el cáliz de su sangre, si no dicen que él es el Hijo del hacedor del mundo, esto es, su Verbo, por el cual el leño fructifica y las fuentes manan, y la tierra da primero tallo, y despúes espiga y, finalmente, trigo pleno en la espiga?". Como vemos, San Ireneo no concibe la presencia del Cuerpo de Cristo en la Eucaristía independientemente del Cuerpo de Nuestro Señor encarnado. Hay que tener en cuenta que nuestro santo (discípulo de San Policarpo, que a su vez era discípulo de San Juan Evangelista), argumenta de este modo porque se tuvo que enfrentar a los gnósticos (más concretamente a los gnósticos marcionitas) que veían en el mundo y en el Dios creador del Antiguo Testamento, el Demiurgo, elementos puramente malignos, por lo que no concebían la Encarnación tal y como nosotros la entendemos. 

            San Hilario de Poitiers (315-367): "Si es verdad que la Palabra se hizo carne y que nosotros, en la cena del Señor, comemos esta Palabra hecha carne, ¿cómo no será verdad que habita en nosotros con su naturaleza Aquél que, por una parte, al nacer como hombre, asumió la naturaleza humana como inseparable de la suya y, por otra, unió esta misma naturaleza a su naturaleza eterna en el sacramento en que nos dio su carne?" (Del tratado Sobre la Trinidad).         

            Volvamos a lo que decíamos antes. La segunda parte del discurso del pan de vida (Jn 6, 51-58) es de un sabor eucarístico innegable: 

Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo».

Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?».

Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.

El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.

Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.

Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente».

             ¿Y cómo sabemos perfectamente que estos versículos hacen referencia a la Eucaristía? Aquí debemos aludir, tal y como nos recuerda Sayés en su Misterio Eucarístico, a los dos argumentos que expone Brown: comer la carne y beber la sangre nunca lo hallamos en la Biblia en un sentido figurado que encajara en este contexto; pero hay mucho más: "el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo" son las palabras que vemos en Lucas a la hora de relatar la institución de la Eucaristía: "Este es mi cuerpo entregado por vosotros" (cfr. Lc 22, 19). Como vemos, la referencia a la Eucaristía es clarísima.

            Ahora bien, como decíamos, hay teólogos que ven en esta segunda parte del discurso del pan de vida (cfr. Jn 6, 51-58) un añadido posterior, que no encajaría bien con la primera parte (cfr. Jn 6, 31-51), a la cual algunos autores como Bultmann encuentran incluso un carácter antisacramental. Pero cada vez son más los investigadores que defienden la unidad literaria y temática en todo el conjunto del discurso del pan de vida. La primera parte (31-51) muestra a Jesús como el pan de vida que ha bajado del cielo y que debe ser aceptado por la fe -Encarnación-, y en la segunda observamos cómo este pan debe ser comido realmente en la Eucaristía. Podríamos citar muchas muestras que indican que el texto presenta una unidad, pero basten las dos siguientes que nos señala José Antonio Sayés en la obra arriba mencionada: en la primera parte del discurso se menciona el binomio hambre-sed (35), y en la segunda parte, el binomio comer-beber (53), lo que demuestra que ambas partes están interrelacionadas. Otro indicativo sería que sendas partes presentan una estructura similar en cuanto a la provocación que producen las palabras de Cristo: en la primera parte, al hablar de la Encarnación, los judíos muestran su desconcierto ante la idea (42); y en la parte segunda, ocurre lo mismo, pero con la idea de comer la carne de Cristo -Eucaristía- (cfr. Jn 6, 60).

           Pero no acaban en el discurso dado en Cafarnaún acerca del pan de vida las referencias del Evangelio de Juan en cuanto a la Eucaristía. Veamos el caso de la multiplicación de los panes (Jn 6, 1-15), colocada, de forma deliberada, justo antes de dicho discurso. Encontramos en este pasaje claro sabor eucarístico; veamos porqué, siguiendo el análisis del sacerdote y teólogo Sayés: en primer lugar, y a diferencia de las multiplicaciones de los panes relatadas por los evangelios sinópticos, es el mismo Cristo quien distribuye el pan; es tan importante la posición de los panes, que casi desaparecen los peces del relato; la frase "tómo los panes, dio gracias y los distribuyó" representa claramente la celebración eucarística; se usa además el verbo eucharistésas, muy utilizado por la Iglesia primitiva; Cristo da la orden de que se recogan los pedazos de pan para que no se pierda nada (12); para terminar, en el versículo 23 ya no se habla de panes, sino de pan, en nítida referencia al pan eucarístico.

 

           Y es que la Eucaristía es la prolongación del milagro de la Encarnación, Dios entre nosotros... 

           ¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar! ¡Sea por siempre bendito y alabado!

 

Fuentes:

  • Sayés, José Antonio; El Misterio Eucarístico; Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1986.     
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11 julio 2013 4 11 /07 /julio /2013 00:39

     Hoy hablamos de la desviación dogmática que presentó la famosa herejía cátara respecto a la Eucaristía. Este movimiento heterodoxo (siglos XII-XIII, presente sobre todo en la región francesa del Languedoc), con su característico dualismo (que hundía sus raíces siglos e incluso milenios atrás -pensemos en el Zoroastrismo, también llamado Dualismo Mazdeísta-), rechazaba todo lo referente al mundo material. La Iglesia, desde sus primeros tiempos -ya observamos esta característica en el Evangelio de San Juan-, vio en la Eucaristía una prolongación de la Encarnación de Cristo. Los cátaros, con su desprecio hacia esas ideas "materiales", tales como la Encarnación del propio Dios u otras, atacaban evidentemente al Sacramento de la Eucaristía, en el cual según su modo de ver para nada se encontraba realmente presente Jesucristo.

 

     ¡Bendito sea Cristo, presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en el pan y el vino!

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1 julio 2013 1 01 /07 /julio /2013 01:29

        A fines del siglo XIV y principios del XV, vivió en Bohemia un sacerdote llamado Juan Hus. Predicador en la capilla de Belén de Praga y rector de su floreciente universidad, Hus encarnó, en palabras de Emilio Mitre, "los amplios deseos de reforma de la sociedad checa". Se suele pensar que el "reformador" bohemio estuvo fuertemente influenciado por las tesis del profesor de Oxford Juan Wyclef (1330-1384), pero no todos los historiadores están de acuedo con esta afirmación.

          Juan Hus criticó airadamente el modelo de indulgencias, así como la simonía eclesiástica, defendiendo a la  vez su visión de la Iglesia como comunidad de predestinados. Muerto en la hoguera en 1415, sus seguidores se dividieron en dos bandos: el primero, más moderado, estaba encabezado por la nobleza y la alta burguesía, y expusieron sus ideales en los llamados Cuatro artículos de Praga; eran los llamados utraquistas o calicistas. El segundo grupo, bastante más radical, deseaba una sociedad igualitarista, según las ideas milenaristas; esta facción se levantó en armas, montando una auténtica revolución. Finalmente, los utraquistas pactaron con el Papado, que accedió a respetar los Cuatro artículos de Praga (libre predicación en checo, comunión bajo las dos especies para todos los fieles, castigo de los pecados públicos y retorno a la pobreza original -Emilio Mitre-); así, la rama más exacervada cayó derrotada en 1424 en Lipany.

         Pero estamos en nuestra sección acerca de los errores doctrinales que se han defendido a lo largo de la Historia en torno a la Eucaristía, y por ellos vamos a centrarnos en uno de los puntos defendidos arduamente por Juan Hus: la comunión bajo las dos especies: pan y vino. La Madre Iglesia, en el Concilio de Constanza (1415), dejó el asunto bien claro: estaba  permitido para los laicos comulgar bajo las dos especias, siempre que fuera con el sometimiento a la autoridad eclesiástica. Aún más, se toleraba esta práctica (que la Iglesia sólo abandonó en el siglo XIII, y no porque le pareciera mal que los laicos tomaran la Sangre de Cristo mediante el vino, sino más bien por motivos prácticos), pero se afirmó tajantemente que Cristo estaba presente, en Cuerpo como en Sangre, tanto en el pan como en el vino. Por eso, quien comulgaba sólo bajo la especie del pan, estaba tomando el Ser de Cristo en su totalidad. No olvidemos que ya la Iglesia primitiva creía que bastaba con comulgar bajo una sola especie para recibir a Cristo entero; como acertadamente apunta el doctor en Teología-Liturgia A. González Fuente, en la Eucaristía que seguía al Bautismo de los niños recién nacidos, éstos comulgaban bajo la sola especie del vino, a través de unas gotitas que se soltaban en su boca. Ése era el auténtico peligro que presentaba Juan Hus en sus  ideas acerca de la Eucaristía, ya que Cristo está presente de forma completa en cada pedazito de pan, en cada gotita de vino consagrados.

         ¡Bendito sea Cristo, presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en las especies del pan y del vino! ¡¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar! 

 

Fuentes: 

  • Claramunt, S., Portela, E., González, M. y Mitre, E.; Historia de la Edad Media; Ariel, Barcelona, 1999.
  • Sayés, José Antonio; El Misterio Eucarístico; Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1986.
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17 junio 2013 1 17 /06 /junio /2013 23:33

     Hubo un famoso hereje, de figura aún hoy día controvertida, nacido en Hispania en el siglo IV, que se llamó Prisciliano y fue obispo de Ávila. Se cuenta de él y de sus seguidores, aparte de muchas otras desviaciones religiosas, que consagraban en la Eucaristía con uvas o incluso con leche, en lugar de vino. Y ojo, como nos recuerda Menéndez y Pelayo en su famosísima Historia de los heterodoxos españoles, esta práctica aún existía en el 675, cuando se celebró el III Concilio Bracarense, que la condenó; no olvidemos que el Priscilianismo perduró en tierras de Galicia nada más y nada menos que tres siglos.

       También poseemos el dato, que recojo del teólogo Johannes Betz, de que los montanistas, herejía que tuvo en Tertuliano (c. 160- c. 220) uno de sus más insignes miembros, realizaban el banquete eucarístico con queso.

       Resulta innecesario entrar en detalles del porqué estas prácticas eran heréticas: todos sabemos que los cuatro relatos que se conservan de la institución de la Eucaristía (Mc 14, 22-25; Mt 26, 26-29; Lc 22, 19-20; 1Co, 11, 23-25) hablan de cómo Cristo consagró el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre.

       ¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del altar!

Fuentes:

  • Menéndez y Pelayo, Marcelino; Historia de los heterodoxos españoles; Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2003.
  • Miret Magdalena, Enrique (prol.); Diccionario de las religiones, k-z; Espasa Calpe, Madrid, 1998.
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13 mayo 2013 1 13 /05 /mayo /2013 22:48

           Hubo una extraña teoría que mantuvieron algunos autores en cuanto a la relación de María con la Eucaristía. Alegaban éstos que al igual que al menos una parte de la sangre materna se conserva en el interior del hijo adulto, así en las especies del pan y del vino debía estar presente, junto al Cuerpo y la Sangre de Cristo, el cuerpo de la Virgen, eso sí, como persona distinta. Esta visión fue defendida por ejemplo por el mariólogo jesuita Critóbal de Vega (1595-1672) y por Zeferino de Someyre (siglo XVII).

            Evidentemente, aunque la relación de Nuestra Señora con la Eucaristía es grandísima  y singular, ya que Ella dio cuerpo al Hijo Eterno de Dios, la misma Persona que comemos y bebemos en el pan y el vino, y que adoramos como verdaderamente presente en ambas especies, no se puede aceptar que la Virgen Santísima se encuentra también en cuerpo en el Sacramente de la Eucaristía.  

            ¡Que María nos enseñe a adorar correctamente a su Hijo en el misterio eucarístico! ¡Bendita sea la Madre de Dios y Nuestro Señor Jesucristo, presente en cuerpo, alma y divinidad en la Eucaristía!

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13 febrero 2013 3 13 /02 /febrero /2013 02:42

         Desgraciadamente, el Concilio Vaticano II vio cómo enarbolando la bandera de defensores del "espirítu" del Concilio, muchos teólogos católicos malinterpretaron inmediantamente después sus conclusiones. En este ambiente de confusión encontraron cabida multitud de tesis teológicas más o menos disparatadas, pero todas alejadas de la ortodoxia. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de un tiempo en el que el Modernismo (al que San Pío X calificaría en la Encíclica Pascendi -1907- como el conjunto de todas las herejías) hace estragos en el mismo seno de la Iglesia Católica, tal y como iba sucediendo desde la segunda mitad del siglo XIX.

           Esta deriva teológica afectó también a la cuestión de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía. Influidos por la filosofía Fenomenológica, teólogos como el dominico belga Schillebeeckx (1914-2009), coautor del famoso y polémico Catecismo Holandés, optaron por expliar la Presencia Real mediante el término Transignificación, frente al usado desde el IV Concilio de Letrán de 1215, que no era otro que el de Transubstanciación: a través de las palabras de la institución de la Eucaristía y la acción del Espíritu Santo, el pan y el vino cambian de sustancia, pasando a ser a partir de entonces Cuerpo y Sangre de Cristo, aunque las especies permanezcan.

          La filosofía Fenomenológica tuvo como principal exponente al alemán Edmund Husserl (1859-1938), y abogaba por considerar el auténtico ser de las cosas no como la sustancia aristotélica, sino como el sentido. Las cosas son lo que significan para nosotros; no se puede separar el objeto del sujeto. Esto no quiere decir, como bien indica José Antonio Sayés en El Misterio Eucarístico, que los teólogos católicos que acuden a la Fenomenología para explicar el ser de las cosas piensen que es el hombre el que crea la realidad; pero se corre el riesgo, como le ocurrió a Schillebeeckx, de creer que la Presencia Real de Cristo en el pan y en el vino es tal en cuanto a su significado, el cual requiere la fe del que contempla el misterio eucarístico: por tanto, para el teólogo belga Cristo estaría presente en las especies sólo para el que tiene fe, porque Cristo realizaría para el sujeto el cambio de significado, la Transignificación. Schillebeeckx pensaba que el mismo Concilio de Trento había usado el concepto de Transubstanciación para utilizar la terminología aristotélico/escolástica; así puestos, como el Hilemorfismo aristotélico había perdido vigencia, según estos autores, ya no tenía mucho sentido mantener los mismo términos. Pero aquí se equivocaba Schillebeeckx y el resto de autores que defendían la misma tesis, porque San Ambrosio (s. IV) y Fausto de Riez (s. V) usaban el concepto de sustancia con bastante anterioridad.

          Por fortuna, Pablo VI reaccionó enérgicamente ante esta doctrina de la Transignificación. Así, en la Mysterium Fidei (1965), se expresaba de la siguiente manera:

En efecto, no se puede —pongamos un ejemplo— exaltar tanto la misa, llamada comunitaria, que se quite importancia a la misa privada; ni insistir tanto en la naturaleza del signo sacramental como si el simbolismo, que ciertamente todos admiten en la sagrada Eucaristía, expresase exhaustivamente el modo de la presencia de Cristo en este sacramento; ni tampoco discutir sobre el misterio de la transustanciación sin referirse a la admirable conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en su sangre, conversión de la que habla el Concilio de Trento, de modo que se limitan ellos tan sólo a lo que llaman transignificación y transfinalización (...) -Mysteriun Fidei, 2-.

Mas para que nadie entienda erróneamente este modo de presencia, que supera las leyes de la naturaleza y constituye en su género el mayor de los milagros, es necesario escuchar con docilidad la voz de la iglesia que enseña y ora. Esta voz que, en efecto, constituye un eco perenne de la voz de Cristo, nos asegura que Cristo no se hace presente en este sacramento sino por la conversión de toda la sustancia del pan en su cuerpo y de toda la sustancia del vino en su sangre; conversión admirable y singular, que la Iglesia católica justamente y con propiedad llama transustanciación. Realizada la transustanciación, las especies del pan y del vino adquieren sin duda un nuevo significado y un nuevo fin, puesto que ya no son el pan ordinario y la ordinaria bebida, sino el signo de una cosa sagrada, y signo de un alimento espiritual; pero ya por ello adquieren un nuevo significado y un nuevo fin, puesto que contienen una nueva realidad que con razón denominamos ontológica (Mysterium Fidei, 6).

Porque bajo dichas especies ya no existe lo que antes había, sino una cosa completamente diversa; y esto no tan sólo por el juicio de la fe de la Iglesia, sino por la realidad objetiva, puesto que, convertida la sustancia o naturaleza del pan y del vino en el cuerpo y en la sangre de Cristo, no queda ya nada del pan y del vino, sino tan sólo las especies: bajo ellas Cristo todo entero está presente en su realidad física, aun corporalmente, pero no a la manera que los cuerpos están en un lugar (Mysterium Fidei, 6).

 

          Por otra parte, no fue el único error doctrinal que el teólogo dominico Schillebeeckx mantuvo acerca de la Eucaristía. Nos recuerda José María Iraburu en su blog Reforma o Apostasía que dicho autor apoyaba la posibilidad de que, ante la ausencia de sacerdotes en una comunidad, pudieran nombrarse "ministros" extraordinarios que saltándose la sucesión apostólica que encarna el sacramento del orden, fueran elegidos por la misma comunidad local de forma "extraordinaria". La Eucaristía celebrada por estos "ministros" sería completamente válida según Schillebeeckx.

          Como vemos, las desviaciones dogmáticas en torno a la Eucaristía siempre están vinculadas con otras equivocaciones doctrinales: en este caso, concepción del sacerdocio, administración del resto de sacramentos...

          ¡Que María nos proteja de toda herejía! ¡Santa Madre de Dios, haznos fieles a Cristo y a su Esposa la Madre Iglesia Católica!    

 

Fuentes: 

  • Sayés, José Antonio; El Misterio Eucarístico; Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1986.



 

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12 marzo 2012 1 12 /03 /marzo /2012 20:33

       Veamos ahora una herejía eucarística que formó parte de un movimiento errado mucho más amplio, que se dio durante las controversias cristológicas que intentaron dilucidar, en los primeros siglos de nuestra era, cuál era la auténtica naturaleza de Jesucristo.

       La herejía de la que hablamos es la del Nestorianismo, que nace con Nestorio, en el siglo V. Como todos sabemos, este sacerdote, que llegó a ser Patriarcade Constantinopla en el 428, defendía que en Cristo Jesús había dos personas diferentes, la del Verbo, la divina, y la humana, la de Cristo. Hay que tener en cuenta que Nestorio estaba muy influenciado por la Escuela de Antioquía, con autores como San Gregorio Nacianceno, San Gregorio de Nisa y San Basilio de Cesarea, que tuvieron el logro de distinguir claramente entre la naturaleza humana y la divina en Jesús. Pero mientras estos santos Padres de la Iglesia, aunque no lograron hacer una unión entre esas dos naturaleza en la persona única del Verbo con la perfeción que lo logró la Escuela de Alejandría encabezada por San Cirilo, nunca llegaron a afirmar que en Jesucristo hubiera dos personas, error en el que sí cayó Nestorio.

      Así puestos, el Concilio de Éfeso primero (431), y luego el de Calcedonia (451), afirmaron dogmáticamente que el Verbo (el Hijo en la Santísima Trinidad) y el Hijo nacido de la Virgen María son el mismo.  Más concretamente, el Concilio de Calcedonia declararía que ha de reconocerse un solo y el mismo Cristo HIjo Señor Unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, jamás borrada la diferencia de las naturalezas por causa de la unión, sino más bien salvando su propiedad cada naturaleza y concurriendo en una sola persona y en una sola hypóstasis, no es dos personas partido ni dividido, sino un solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo, Señor Jesucristo (...). Es decir, dos naturalezas, y una única persona, la del Verbo encarnado. En verdad, ambos concilios no hicieron sino ser fieles a la Sagrada Escritura, a los santos Padres, y al Concilio de Nicea de 325.

      ¿Pero qué tiene que ver todo esto con la Eucaristía?, os preguntaréis. Pues todo, ya que siguiendo Nestorio los presupuestos antes señalados, no dudó en asegurar que en la Eucaristía no comemos el Cuerpo del Verbo, sino el de Cristo. Como vemos, su tesis de las dos personas en Cristo, influyó tremendamente en su concepción acerca de la Eucaristía. Evidentemente, los católicos no podemos aceptar esta visión, ya que como dice el Catecismo de la Iglesia:  Por la consagración se realiza la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad (CIC, 1413).

       ¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

 

Fuentes:

Miret Magdalena, Enrique (prol.); Diccionario de las religiones; k-z; Espasa Calpe, 1998, Madrid.

Sayés, José Antonio; El Misterio Eucarístico; Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1986. 

Sayés, José Antonio; Principios filosóficos del Cristianismo URL: www.obracultural.org

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4 marzo 2012 7 04 /03 /marzo /2012 00:46

          Si los otros días hablábamos del error doctrinal referente a la Eucaristía que pecaba por defecto (negar la presencia real del Cuerpo y la Sangre de Cristo en el pan y el vino, tal y como promulgaban Berengario de Tours -aunque no se ponen de acuerdo todos los autores- y más tarde Calvino y Zuinglio), esta vez vamos a analizar el caso contrario: el error por exceso. Estamos hablando de la herejía cafarnaítica, que promulgaba que la presencia de Cristo se producía de forma sensible,  hasta el punto de llegar a afirmar que se estaba masticando el Cuerpo de Cristo de forma casi caníbal. La calificación de cafarnaítica para la herejía que ahora tratamos viene del pasaje del capítulo 6 del Evangelio de Juan, en el que Cristo imparte su polémico discurso acerca del pan de vida, e identifica a este pan con su Persona, todo ello en la sinagoga de Cafarnaún. Como se observa en el fragmento joánico, muchos judíos interpretaron sus palabras con un realismo exacervado.

 

<<(...) Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo».

Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?».

Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.

El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.

Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.

Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente».

Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm.

Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?».

Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza?

¿Qué pasará entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?

El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.

Pero hay entre ustedes algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.

Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede».

Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo (Jn 6, 51-66).

 

      Ante ese mismo realismo exagerado con que muchos de los oyentes de aquél discurso interpretaron las palabras de Cristo, Él se encargó de señalar que era una presencia real pero espiritual: El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.

 

      La Tradición de la Iglesia, tanto en los Santos Padres como en autores posteriores siempre fue consciente de esta presencia real bajo la apariencia y cualidades del pan y del vino, que no desaparecían. Era una presencia que se producía cambiando Cristo y su Espíritu Santo el ser profundo de esos elementos, su subsistencia ontológica: cambiando, por tanto, la substancia (ver artículos inmediatamente anteriores, en los que se explica cómo la Tradición y el Magisterio poco a poco fueron profundizando en el misterio de este cambio de substancia); pero no por ello la presencia auténtica de Cristo era menos cierta ni menos real; ahí, bajo las especies del pan y del vino, estaban verdaderamente su Cuerpo y su Sangre.

      Vamos a exponer sólo algunos ejemplos, entre muchísimos, en los que observamos cómo la Iglesia, a lo largo de la Historia, fue interpretando esta presencia real de un modo auténtico, pero sin caer en el error de un realismo desmesurado, incluso muchísimo antes de que se declarara oficialmente el dogma de la Transubstanciación en el IV Concilio de Letrán de 1215.

       San Juan Crisóstomo (347-407). Este autor, uno de los grandes padres de la Iglesia, y llamado Doctor Eucarístico por lo mucho y bien que habló de la Eucaristía, decía lo siguiente: Inclinémonos ante Dios; y no lo contradigamos, aún cuando lo que él dice pueda parecer contrario a nuestra razón y a nuestra inteligencia, sino que su palabra prevalezca sobre nuestra razón e inteligencia. Observemos esta misma conducta respecto al Misterio Eucarístico, no considerando solamente lo que cae bajo los sentidos, sino atendiendo a sus palabras. Porque su palabra no puede engañar.

      San Cirilo de Jerusalén (315-386): No los tengas, pues, por mero pan y mero vino, porque son cuerpo y sangre de Cristo, según la aseveración del Señor. Pues aunque los sentidos te sugieran aquello, la fe debe convencerte. No juzgues en esto según el gusto, sino según la fe, que cree con firmeza, sin ninguna duda, que has sido hecho digno del cuerpo y la sangre de Cristo.

      En un apotegma (los apotegmas son los dichos de los antiguos padres del desierto que se nos han transmitido) que hace referencia a supuestas palabras del abba Daniel en relación con la presencia real de Cristo en la Eucaristía, leemos: Le dijeron los ancianos: Dios conoce la naturaleza humana, y sabe que no puede comer carne cruda, por eso transformó su cuerpo en pan y su sangre en vino para los que lo reciben con fe. Tenemos que considerar la antigüedad de estas palabras, ya que Daniel fue discípulo del gran abba Arsenio, viviendo como monje en Escete (Egipto) en el siglo V.

      Para finalizar este breve recorrido histórico, pasemos al caso del Doctor Angélico, el gran Santo Tomás de Aquino (1224/1225-1274), ya posterior al IV Concilio de Letrán. En ti se engaña la vista, el tacto, el gusto; solamente se cree al oído con certeza. Creo que lo ha dicho el Hijo de Dios, pues no hay nada más verdadero que la Palabra de la verdad. Palabras de Santo Tomás; más claro, agua.

     

      Siendo sinceros, aunque la posición de la Iglesia Católica fue siempre y es, desde los primeros siglos hasta hoy, la que hemos expuesto, la tentación de caer en el realismo cafarnaítico ha rondado alguna que otra vez a la Barca de Cristo. Así, en la confesión de fe que se le hizo firmar a Berengario de Tours (quien según muchos autores negaba la presencia real, y sin ninguna duda, el cambio de substancia) con motivo del sínodo romano de 1059, defendía una presencia real de Cristo con bastante significado cafarnaítico. Pero la Madre Iglesia, sabia siempre, rectificó, y en el sínodo romano de 1079, bajo el pontificado del ínclito Gregorio VII, Berengario de Tours tuvo que aceptar otra fórmula, ésta sí acorde con toda la tradición anterior. 

      A otro autor que ya mencionamos en los artículos anteriores, Pascasio Radberto (s. IX), le atribuyen también haber adoptado una postura cafarnaítica cuando habla de que el Cuerpo de Cristo presente en el pan es el mismo que nació de María y resucitó. Pero como bien indica J.A. Sayés, se trata de un juicio erróneo, ya que el mismo Pascasio dejó claro que en la Eucaristía sabemos mediante la fe, y no a través de la visión. Además, es injusto achacarle esta tendencia cafarnaítica a Pascasio por sus palabras, cuando el propio San Ignacio de Antioquía, discípulo de San Juan Evangelista, indicaba que la carne de Cristo en la Eucaristía es la misma que sufrió por nosotros, y resucitó.

 

Fuentes:

Sayés, José Antonio; El Misterio Eucarístico; Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1986.

Elizalde, Martín (trad. e introducción); Los Dichos de los Padres. Colección alfabética de los Apotegmas, Vol. I; Reprografía Malagueña, Málaga, 1991.

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28 febrero 2012 2 28 /02 /febrero /2012 20:55

            Como ya comenté en el artículo anterior, pasamos a analizar otros aspectos heréticos de la doctrina eucarística propugnada por la Reforma protestante del siglo XVI. En concreto, vamos a centrarnos en el carácter sacrificial de la sagrada Eucaristía, que fue sistemáticamente rechazado por los reformadores.

             La Tradición y el Magisterio de la Iglesia Católica siempre han reconocido en el Santísimo Sacramento del Altar el memorial y la actualización del único sacrificio redentor de Nuestro Señor en la cruz.

            Como todos sabemos, tanto Lutero como Calvino y Zuinglio, apoyados en una nefasta interpretación de la Carta a los Romanos de San Pablo, consideraban que el hombre, corrompido completamente por el pecado original, nada podía hacer para salvarse. Ningua obra le sería útil para lograrlo; por ello, sólo la gracia de Dios era capaz de darnos la vida eterna: el hombre se justificaba entonces por su fe en Dios, en que Él podía sacarlos de la miseria. Esta salvación llegó al mundo a través del sacrificio de Cristo en la cruz; sacrificio que ocurrió una sola vez. Así puestos, la Eucaristía únicamente podía considerarse memorial en un sentido simple de recuerdo, y nunca sacrificio propiciatorio (para el perdón de los pecados) actualizado ofrecido por Cristo y el hombre a Dios Padre, ya que el ser humano no puede hacer ninguna obra digna de salvación. Creo que estos fragmentos de la obra de Lutero De captivitate babylonica expuestos por Sayés en su Misterio Eucarístico será suficiente para mostrar la visión reformista de la Eucaristía en cuanto sacrificio propiciatorio:

           Advierte, por tanto, que lo que llamamos misa es la promesa que Dios nos hace de la remisión de los pecados; pero es una promesa de tal magnitud, que ha sido sellada con la muerte de su hijo. Y a esta promesa, no se puede acceder a ella con obras, con fuerzas, con mérito de ninguna clase, sino con la sola fe. Donde media la palabra de Dios que promete, se hace necesaria la fe del hombre que acepta, para que quede claro que el comienzo de nuestra salvación es la fe; una fe que está pendiente de la palabra de Dios que promete. Él nos previene sin necesidad de nuestra cooperación en virtud de su misericordia, inmerecida por nuestra parte, y nos ofrece la palabra de su promesa.

           Frente a esta visión, el Concilio de Trento reafirmó la doctrina defendida por toda la Tradición y visible en el Nuevo Testamento: sacramento de la Eucaristía como memorial y sacrificio incruento que actualiza el único sacrificio de Cristo en la cruz; sacrifio de acción de gracias, pero también propiciatorio. En aquél santo Concilio la Iglesia señaló, entre otras muchísimas cosas, lo siguiente:

             Así, pues, el Dios y Señor nuestro, aunque había de ofrecerse una sola vez a sí mismo a Dios Padre en el altar de la cruz, con la interposición de su muerte, a fin de realizar para ellos la eterna redención; como, sin embargo, no había de extinguirse su sacerdocio por la muerte (Heb 7, 24.27), en la última cena, la noche que era entregado, para dejar a su esposa amada, la Iglesia, un sacrifico visible, como exige la naturaleza de los hombres, por el que se hiciera presente aquel suyo sangriento, que había una sola vez de consumarse en la cruz, y su memoria permaneciera hasta el fin de los siglos (1Cor 11, 23ss.) y su eficacia saludable se aplicara para la remisión de los pecados que diariamente comentemos, declarándose a sí mismo constituido para siempre sacerdote según el orden de Melquisedec (Sal 108, 109, 4), ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y vino (...). Así lo enseñó y entendió siempre la Iglesia. Porque, celebrada la antigua pascua que la muchedumbre de los hijos de Israel inmolaba en memoria de su salida de Egipto (Ex 12, 1ss.), instituyó una Pascua nueva, que era él mismo, que había de ser inmolado por la Iglesia por el ministerio de los sacerdotes bajo signos visibles, en memorial de su tránsito de este mundo al Padre, cuando nos redimió por el derramamiento de su sangre y nos arrancó del poder de las tinieblas y nos trasladó a su reino (Col 1, 14).

    

       No vamos a entrar ahora en el tema, ya que lo comenté con anterioridad, en los posts dedicados a demostrar cómo Cristo en sus palabras de institución del sacramento de la Eucaristía había querido dejar claro que en el pan y el vino se hacían presentes autenticamente su Cuerpo y su Sangre; pero no me resisto a recordar que no se puede negar el carácter sacrificial de la Ecuaristía atendiendo al contexto sacrificial (perdonadme la redundancia) en que se sitúa la celebración de la Última Cena -tan relacionada con la cena pascual del pueblo judío-, y expuesto en los evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas), y atendiendo también a la aclaración que San Pablo, Apóstol de los Gentiles, hace en 1Co a la comunidad de Corinto, en la que deja fuera de cualquier duda que la Eucaristía es un banquete sacrificial.

       ¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar, por el que Cristo presente nos redime de nuestras culpas con la acutalización de su sacrificio en la cruz !

 

Fuentes:

Sayés, José Antonio; El Misterio Eucarístico; Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1986.

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25 febrero 2012 6 25 /02 /febrero /2012 19:01

      Pasemos a analizar hoy los errores doctrinales acerca de la Eucaristía que mantuvieron (y mantienen los que siguen existiendo) los movimientos reformadores surgidos en el siglo XVI. Nos centraremos en este artículo en lo concerniente a la presencia real y al modo en que ésta se hace presente, para pasar en el siguiente artículo a ver los aspectos heréticos de la Reforma en lo referente a otros puntos de la Eucaristía: su carácter de memorial o de sacrificio, etc.

      Examinemos primero el pensamiento del principal y más influyente de los reformadores, Marin Lutero:

      Como el padre Sayés indica en su obra El Misterio Eucarístico, Lutero creía erróneamente que el concepto de Transubstanciación era un invento de Santo Tomás, apoyado en la filosofía de Aristóteles. Por tanto, él abogaba por la Consubstanciación: es decir, el Cuerpo y la Sangre de Cristo estaban verdaderamente presente (Lutero nunca dudó de la presencia real), pero no por ello dejaban de existir el pan y el vino. Como vimos en el artículo anterior, está claro el error de Lutero, ya que aunque el término Transubstanciación no se "oficializó" hasta el IV Concilio de Letrán en 1215, el significado del mismo (cambio de la sustancia) ya existía de mucho antes del uso de la filosofía hilemórfica de Aristóteles con los escolásticos (como dijimos en el anterior artículo, ya San Ambrosio en el siglo IV comentaba: Antes de la bendición de las celestiales palabras, otra es la sustancia que se nombra; después de la consagración se significa el cuerpo; luego lo afirmaron Fausto de Riez en su homilía Magnitudo (siglo V), el abad de Corbie Pascasio (siglo IX) en su obra LIber de corpore et sanguine Christi, y Fulberto de Chartres, Lanfranco y Guitmundo de Aversa, oponiéndose los tres a la herejía de Berengario de Tours (siglo XI), y consituyendo los antecedentes del Sínodo Romano de 1079: (...) el pan y el vino que están en el altar, por el misterio de la oración sagrada y las palabras de nuestro Redentor, se convierten sustancialmente en la verdadera, propia y vivificante carne de nuestro Señor Jesucristo (...). Y por fin, el futuro Inocencio III, antes de ocupar el solio pontificio, y muy poquito antes del IV Concilio de Letrán (1215), usa la expresión transustancia (ni se añade nada al cuerpo, sino que se transustancia en el cuerpo).

       Hay que decir también que ya antes de Lutero, con la filosofía nominalista de Guillermo de Ockham (1285-1349) o Pedro de Ailly, o con autores como el Beato Duns Escoto (1266-1308), se  había defendido este error doctrinal de la Consusbstanciación.

      Muchos de los lectores de este humilde blog pensarán que qué más da decir que Cristo está verdaderamente presente en el Sacramento cambiando la sustancia del pan y del vino por la del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Transubstanciación), o que lo esté por la coexistencia de las substancia del pan y del vino con la del Cuerpo y la Sangre. La importancia en mayor de lo que a priori pueda notarse, porque si queremos ser fieles a la Palabra de Cristo, revelada en los Evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, y en la Primera Carta a los Corintios de San Pablo, que nos dijo esto es mi cuerpo, esta es mi sangre (sin olvidar las pequeñas diferencias existentes entre los cuatro relatos), no serían auténticamente puestas en práctica sin consideráramos que detrás de las especies del pan y del vino sigue existiendo su substancia; al contrario, debemos afirmar que ahí encontramos ya sólo la substancia del Cuerpo y la Sangre de Cristo, aunque se guarden los accidentes del pan y del vino: se ha dado una auténtica conversión.

      

     Calvino, por su parte, criticaba tanto la Transubstanciación como la Consubstanciación: si Cristo residía en el Cielo tras la Resurrección, no podía al mismo tiempo estar presente materialmente en el mundo. Pero a pesar de esto, siempre intentó mantener una postura intermedia, en la que ni optaba por la presencia real, ni por el mero simbolismo vacío. José Antonio Sayés expresa esta ambigua posición recordando las palabras del investigador Baciocchi:

El Cuerpo de Cristo no está materialmente ligado al pan; pero, al comer éste con fe, se recibe aquél en alimento. La acción material es signo e instrumento de un don espiritual.

 

     El tercer gran reformador, Zuinglio, abogó por una mera interpretación simbólica de las palabras instituyentes de Cristo. Para él, el es de los cuatro relatos vendría a significar tan sólo "representa" o "significa". Quede claro que esta interpretación de Zuinglio resulta muy difícil de defender tras un análisis exhaustivo del Nuevo Testamento.

 

     Ex cursus:

     En un artículo escrito hace unos meses acerca de los argumentos que claramente indicaban el significado de presencia real de los cuatro relatos de la institución de la Eucaristía, comenté que los protestantes no creían en la presencia real. Me equivoqué, ya que el contacto que tuve fue con cierto grupo que la negaba; pero no es la interpretación general. ¡Mea culpa! Perdonad todos, queridos lectores.

      

     ¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar! ¡Dios nos aumente nuestra fe en su presencia real!

 

Fuentes:

Sayés, José Antonio; El Misterio Eucarístico; Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1986.

 

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