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5 mayo 2013 7 05 /05 /mayo /2013 22:25

      En la segunda mitad del siglo XIX adquiere forma definitiva la herejía llamada Modernismo, que en palabras del teólogo José María Iraburu se trataba de una síntesis de protestantismo liberal, Ilustración, positivismo, naturalismo, liberalismo, exégesis crítica, historicismo, evolucionismo. No era la primera vez que la Madre Iglesia tenía que hacer frente a los envites de una herejía, desde luego; el problema era que ésta había echado auténticas raíces en el seno de la misma Barca de Pedro. Así lo veía San Pío X, que en su Encíclica Pascendi, escrita en 1907 para atajar al Modernismo, aseveraba: 

Lo que sobre todo exige de Nos que rompamos sin dilación el silencio es que hoy no es menester ya ir a buscar los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan, y ello es objeto de grandísimo dolor y angustia, en el seno y gremio mismo de la Iglesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados (Pascendi, 1).

       ¿Pero qué era (y es) verdaderamente el Modernismo? ¿Cuál era el contenido doctrinal heterodoxo que exactamente propugnaba esta herejía? Pues lo cierto es que, al menos en un principio, y siguiendo las palabras del historiador Roger Aubert, el Modernismo no presentaba unos enunciados doctrinales exactamente determinados. Más bien se trataba de una tendencia de personajes católicos que deseaban "actualizar" a la Iglesia ante los nuevos tiempos que corrían -con el peligro que esta actitud conlleva para la salud de la misma-. Igual nos encontrábamos con un exegeta bíblico que creía que el contenido de las Sagradas Escrituras debía re-analizarse (y "desmitificarse") a partir de los nuevos métodos de investigación histórica, que con unos políticos católicos que abogaban por una acción  separada del mando eclesiástico. Como vemos, algunas de estas reivindicaciones eran justas y necesarias; pero no siempre se realizaron con mesura. Por ejemplo: algunos teólogos llevaron a cabo una gran labor de exégesis bíblica, que ayudó a avanzar en la investigación de las Sagradas Escrituras y del hecho religioso en general. El problema -y por tanto la herejía- estribaba en que algunos autores católicos (ése era y es el auténtico mal del Modernismo) llegaron a poner en duda verdades de la fe debido a un uso incorrecto de la nueva crítica bíblica. Así, nos encontramos un caso paradigmático, el del sacerdote y exegeta galo Alfred Loisy (1857-1940), que llevó a tal extremo esta tendencia "racionalista" que incluso llegó a afirmar que el estudioso de las Sagradas Escrituras debía dejar a un lado el "supuesto" carácter sobrenatural de las mismas. Evidentemente, esta actitud es adecuada para determinado tipo de análisis del Libro Sagrado; pero un católico no debe perder nunca de vista que Dios está detrás de toda la Biblia, por lo que decimos correctamente que es Palabra de Dios. A esto añadimos que Loisy llegó a afirmar en su obra L'Évangile et l'Église que los dogmas no son verdades caídas del cielo, sino que como él mismo diría, eran conceptos que podían evolucionar, y por tanto, susceptibles de ser estudiados en este desarrollo; así puestos queda clara la confrontación con la Verdad que la Iglesia Católica defiende. Por no hablar de sus dudas acerca de la divinidad de Cristo, y de la intencionalidad del Salvador a la hora de fundar la Iglesia; intencionalidad que él negaba (Vicente Cárcel Ortí, Historia de la Iglesia, III. La Iglesia en la Época Contemporánea). Así puestos, a nadie le debe extrañar que en 1908 el sacerdote francés fuera excomulgado. 

        En esta misma línea de Modernismo racionalista a la hora de realizar un análisis histórico-crítico de la Biblia y la doctrina católica debemos incluir al exjesuita irlandés Georges Tyrrell (1861-1909), que influenciado por autores como el mismo Loisy, interpretaba los dogmas como intentos racionales del ser humano para lograr encauzar el instinto de lo divino resindente en su interior. Aún así, lo peor es que discípulos suyos llegaron todavía mucho más lejos.

        Podría parecer que la Iglesia Católica no estaba a favor del creciente interés que había nacido ya hacía unos años respecto al estudio de las Sagradas Escrituras; pero esto no es así. Es cierto que vio aquél movimiento con recelo (¿pero acaso no con motivo, visto lo que hemos visto en los párrafos anteriores?), pero no menos verdad es que ya con la Encíclia Providentissimus, de 1893, León XIII había promovido el estudio científico de la Biblia, pero siempre, claro está, dentro de la ortodoxia. No hay que olvidar a este respecto la labor que realizó el Santo Padre para que la figura de Santo Tomás de Aquino volviera a un primer plano. El propio León XIII daría otro paso más en la misma línea, nueve años después, en 1902, con la Carta Apostólica Vigilantiae, mediante la cual constituía la Pontificia Comisión Bíblica.  

          Posteriormente, el 7 de mayo de 1909 San Pío X fundó el Pontificio Instituto Bíblico con el mismo objetivo. Otros hitos en este deseo de la Iglesia Católica de profundizar en el estudio histórico-crítico de las Sagradas Escrituras, pero siempre fiel al Magisterio de la Iglesia, a la Tradición Apostólica y al carácter sobrenatural de la Revelación, es la Encíclica Divino Afflante Spiritu de Pío XII (1943), y la Constitución Dogmática  Dei Verbum (1965), nacida como todos sabemos del seno del Concilio Vaticano II.

         Adelantábamos anteriormente, al comentar el caso del exegeta Georges Tyrrell, lo que sería una constante en el pensamiento filosófico de los modernistas más marcados: el dogma católico, como todo hecho religioso, no provenía de una revelación sobrenatural exterior, sino que era más bien la respuesta emitida por el hombre ante el impulso divino sentido dentro de síEs lo que Roger Aubert llama apologética de la inmanencia. También fue este punto muy criticado por la Encíclica Pascendi; en ella, San Pío X aseveraba: 

En consecuencia, el sentimiento religioso, que brota por vital inmanencia de los senos de la subconsciencia, es el germen de toda religión y la razón asimismo de todo cuanto en cada una haya habido o habrá. Oscuro y casi informe en un principio, tal sentimiento, poco a poco y bajo el influjo oculto de aquel arcano principio que lo produjo, se robusteció a la par del progreso de la vida humana, de la que es —ya lo dijimos— una de sus formas. Tenemos así explicado el origen de toda relígión, aun de la sobrenatural: no son sino aquel puro desarrollo del sentimiento religioso. Y nadie piense que la católica quedará exceptuada: queda al nivel de las demás en todo. Tuvo su origen en la conciencia de Cristo, varón de privilegiadísima naturaleza, cual jamás hubo ni habrá, en virtud del desarrollo de la inmanencia vital, y no de otra manera.

¡Estupor causa oír tan gran atrevimiento en hacer tales afirmaciones, tamaña blasfemia! ¡Y, sin embargo, venerables hermanos, no son los incrédulos sólo los que tan atrevidamente hablan así; católicos hay, más aún, muchos entre los sacerdotes, que claramente publican tales cosas y tales delirios presumen restaurar la Iglesia! No se trata ya del antiguo error que ponía en la naturaleza humana cierto derecho al orden sobrenatural. Se ha ido mucho más adelante, a saber: hasta afirmar que nuestra santísima religión, lo mismo en Cristo que en nosotros, es un fruto propio y espontáneo de la naturaleza. Nada, en verdad, más propio para destruir todo el orden sobrenatural (Pascendi, 8).

        También en el campo social y político se dejó notar el Modernismo, sobre todo en Italia. Nos recuerda Roger Aubert que alrededor del sacerdote Romolo Murri se reunió un grupo de personas que quisieron realizar una labor política inspirada en los principios cristiano-demócratas, pero sin tener que rendir cuentas a la jerarquía eclesiástica. Otra iniciativa de parecidos tintes, nos sigue contando Aubert, fue la de la revista Il Rinnovamento, fundada por jóvenes católicos laicos en Milán, con la intención de expandir el pensamiento liberal en materia política y religiosa.

           Por desgracia, el Modernismo en sus distintas facetas (que ya vimos que eran variadas y numerosas) realizó en algo más de un siglo de existencia destrozos considerables. Pero no es algo del pasado de lo que ya no debamos preocuparnos si no es para hacer un análisis histórico. Al contrario, la herejía modernista sigue totalmente vigente: ¿quién, lamentablemente, no conoce a algún seglar, teólogo, religioso, o aún peor, sacerdote, que niegue la historicidad de la Resurrección de Cristo, dejándola en mera experiencia de fe?; ¿quién no ha escuchado comentarios del tipo "los milagros narrados en los Evangelios constituyen un género literario", o aquél otro de "la Iglesia tiene que adaptarse a los nuevos tiempos"?

           Un claro ejemplo de la extensión  que tuvo (y tiene) en el tiempo el Modernismo es el caso de la Encíclica Humanae Vitae de Pablo VI -1968-, y todos los sucesos que la rodearon. Como todos sabréis, dicha Encíclica prohibía a los católicos el uso de los anticonceptivos, siendo así fiel a toda la tradición doctrinal de la Iglesia. El sacerdote y doctor en Teología Miguel Ángel Fuentes nos cuenta cómo en tiempos de Juan XXIII se constituyó una Comisión para tratar el tema; Comisión que en la mayoría de sus miembros era paratidaria de la relajación del Magisterio hacia la anticoncepción. Existía la creencia generalizada de que la Iglesia iba a permitir el uso de dichos métodos anticonceptivos; y entonces, traca: Pablo VI publica la Humanae Vitae, y se lía la de San Quintín. Nunca se hablará lo suficiente acerca del sufrimiento injusto que las interpretaciones de esta Encíclica causó al Santo Padre; todo por permanecer fiel a la sana doctrina tradicional de la Esposa de Cristo. 

             Las reacciones no se hicieron esperar: un grupo de 87 teólogos estadounidenses, tan sólo dos días después de publicarse la Humanae Vitae, acusaron infundadamente a Pablo VI  de oponerse al Concilio Vaticano II; por otra parte, el famoso teólogo jesuita Karl Rahner (1904-1984) -que dicho sea de paso, tan buena "prensa" tiene-, alentó a los fieles católicos a desobedecer el contenido de la Encíclica.  Y hubo más ejemplos de estas reacciones contrarias a la Humanae Vitae...  todas surgidas del pensamiento modernista.

               Para terminar este artículo, no puedo más que hacer mía la reflexión del historiador Aubert acerca de las pretensiones del Modernismo para con la Iglesia Católica, de cara a un acomodamiento de ésta al mundo secular que la rodea: De esta manera se esperaba conservar o recuperar a los hombres para la Iglesia, no teniendo en cuenta que, bajo el pretexto de acomodación de la Iglesia a la situación del tiempo, se corría el peligro de olvidar que eran más bien las aspiraciones del presente las que debían acomodarse a las exigencias del espíritu cristiano.

 

Fuentes:

  • Cárcel Ortí, Vicente; Historia de la Iglesia, III. La Iglesia en la Época Contemporánea; Ediciones Palabra, Madrid, 2009.
  • San Pío X; Carta Encíclica Pascendi; www.vatican.va .   

 

 


 

 

 

 


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