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16 agosto 2012 4 16 /08 /agosto /2012 21:51

     El Concilio Vaticano II (1962-1965) fue malinterpretado de una forma descomunal en los años posteriores a su conclusión. Confusión que aún dura hoy día. No fue ni es extraño oír, incluso por parte de teólogos de la Iglesia Católica, que dicho Concilio significó un auténtica revolución en el sentido de que la Iglesia, después de siglos y siglos de absurda confrontación con el mundo, por fin había decidido dedicar una mirada de comprensión hacia el mismo; mundo que ya no sería visto como un enemigo para los cristianos, como una fuente de pecados, sino como un "elemento" positivo. Nada más lejos de la realidad. Cierto es que el Concilio Vaticano II intentó renovar su relación con el mundo; pero siempre lo hizo desde una profunda unidad con la revelación contenida en las Sagradas Escriutras y con toda la tradición eclesiástica anterior, desde los Apóstoles y Santos Padres, pasando por las obras de los grandes santos, hasta los documentos elaborados por el Magisterio de la Iglesia. Así, el Concilio Vaticano II siguió considerando al mundo, a pesar de haber sido creado por Dios y contener aspectos por ello completamente loables, como un enemigo del hombre a causa de la introducción del pecado, que había corrompido la obra del Creador. Baste el siguiente fragmento de la Consitución Pastoral Gaudium et Spes del citado Concilio para corroborar que lo que decimos es así:

 

Deformación de la actividad humana por el pecado

37. La Sagrada Escritura, con la que está de acuerdo la experiencia de los siglos, enseña a la familia humana que el progreso altamente beneficioso para el hombre también encierra, sin embargo, gran tentación, pues los individuos y las colectividades, subvertida la jerarquía de los valores y mezclado el bien con el mal, no miran más que a lo suyo, olvidando lo ajeno. Lo que hace que el mundo no sea ya ámbito de una auténtica fraternidad, mientras el poder acrecido de la humanidad está amenazando con destruir al propio género humano.

A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final. Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo.

Por ello, la Iglesia de Cristo, confiando en el designio del Creador, a la vez que reconoce que el progreso puede servir a la verdadera felicidad humana, no puede dejar de hacer oír la voz del Apóstol cuando dice: No queráis vivir conforme a este mundo (Rom 12,2); es decir, conforme a aquel espíritu de vanidad y de malicia que transforma en instrumento de pecado la actividad humana, ordenada al servicio de Dios y de los hombres.

A la hora de saber cómo es posible superar tan deplorable miseria, la norma cristiana es que hay que purificar por la cruz y la resurrección de Cristo y encauzar por caminos de perfección todas las actividades humanas, las cuales, a causa de la soberbia y el egoísmo, corren diario peligro.

El hombre, redimido por Cristo y hecho, en el Espíritu Santo, nueva criatura, puede y debe amar las cosas creadas por Dios. Pues de Dios las recibe y las mira y respeta como objetos salidos de las manos de Dios. Dándole gracias por ellas al Bienhechor y usando y gozando de las criaturas en pobreza y con libertad de espíritu, entra de veras en posesión del mundo como quien nada tiene y es dueño de todo: Todo es vuestro; vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios (I Cor 3,22-23).

 

Como podemos observar, el Concilio, pese a quien le pese, sigue hablando de un mundo que encierra muchos peligros para el hombre, y que por tanto, sigue siendo su enemigo. Peligros que el ser humano sólo podrá vencer a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios. Porque como dijo Cristo, sus discípulos no somos de este mundo (cf. Jn 17, 14). El cristiano tiene que llamar la atención, pero no por presunción ni ganas de dar la nota; tiene que llamar la atención por su modo de vida en medio de este mundo que no para de perseguir a Nuestro Señor y a su esposa la Iglesia. Nunca lo olvidemos.

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